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Uaxactún... dormida

A Morley, el desconocido y venerado amigo

Uaxactún, la de grises ensueños, voz escondida detrás del misterio; bella durmiente de los bosques nuestros! He venido a besarte los ruedos, o la verde maraña del pelo, o el aire que mide el silencio. Uaxactún, Uaxactún. Yo sé que tu muerte es invento del blanco: te dormiste cansada de andar por los siglos, compañera sola del monte infinito. Adivino el comienzo del sueño, cuando lanzaste tus glóbulos pardos—retoños del bronce—al fluir de los vientos, Uaxactún, Uaxactún. Imitando en atávico gesto la dispersión que allende los maresnos enviara el asiático ancestro. Y cuando lanzaste tu grito de adiós despidiendo al abuelo del abuelo del quetzalíneo Tecum. Uaxactún, Uaxactún. Y cuando cerraste tus ojos de templos, y cuando cruzaste tus brazos de estelas (detenidos relojes que duermen el tiempo). Mas tu embrujada quietud y el silencio cederán al influjo de un príncipe bello que “levántate y anda” te ordene en un beso. Uaxactún, Uaxactún. Ya se oye en tu sueño de siglos el trinar de aurorales alondras, anunciando el final de la noche cuando tus nuevos retoños de bronce se bañan al sol que alumbra sus tierras.
Uaxactún,
Uaxactún.
Es el final del sueño: se anuncia el príncipe; deviene el pueblo con pífanos y tamboriles, sembrando ejemplos rojos en el corazón de América.

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