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Autobiografía del amor

El amor es aquella percepción extraordinaria de lo único,
que leíste en libros y no conoces,
la idea de lo excepcional como savia del sentimiento,
lo racional convertido en magia, lo real en trallazo,
aquello tan raro que creíste intuir en los poemas gnósticos
y que a menudo –te dices a modo de fantasía compensatoria–
y a diferencia del arte, se corrompe,
pues su naturaleza es corruptible, mudable y caduca.
 
El Amor, joven jaguar, es o deviene noche híspida y hosca,
desorden como una casa con las cortinas sucias,
ocaso torpe como la ternura mecanizada.
El Amor es hijo de un padre perroflauta,
pasota, pobre, bondadoso,
e hijo de una madre sádica,
una rubia pija y lujosa, rica e inmoral.
Del linaje de la Riqueza del Amor
brotan las fosforescencias y el oro.
Del linaje de la Pobreza del Amor nace
una llama que se apaga, dolor y barro.
 
Pudieras creer que tu montura son los corceles
huracanados del viento,
pero todo, (¿seguro?, ¿quimera o experiencia?, ¿símbolo o sudor?)
es como Ícaro: un destino de carne
muerta que roe una alimaña.
 
El Amor es panorámica, (¡qué sabes tú, bicho Samsa!),
de una montaña que se achica al descender,
niebla sin aire que se engolfa en las sensibilidades multitudinarias,
trama que muta a ceniza, multitud
de casa con prole y horario de oficina.
 
Acaso mi doctrina sea poco esclarecida y sabia,
lugar tópico como mano que se cierra,
muy seguramente me invista con toga que no merezco.
Permítanme una confesión. He vivido sin Amor,
no fue mi afán o destino morder la sábana del Amor.
Nadie logró o logrará en mí, o yo en ella, inmiscuirme,
a nadie permitiré abrir las puertas de mi biblioteca.
Para mi Amor es un «ni existe todavía ni vendrá nunca».
Y me pasma, es asombroso, la de trenes descarrilados,
y la de sentires diluidos en la contemplación,
y la de rojísimas memorias y tremebundos affaires que os causan.
Me pasma. Es asombroso. Yo miro el Hecho del Amor
como un físico ve el Hecho del Universo.
Es asombroso. El Amor tiene una veta de Santa Teresa
y otra de navajeo yonqui suburbial. Qué de asombroso es.
 
El Amor se parece a un tenso silencio
en una mañana de hospital
un día de huelga revolucionaria.
Se parece a un solitario seminarista
que traduce el Ars Amandi una madrugada sin sexo ni amigos.
Semeja un Platón de montaña pleno de erotismo agropecuario.
 
Pero en el Amor, permítanme la confesión, ni subo ni subiré.
Solo amo estudiar, una forma no perecedera de amor.
Llamadme meapilas, cagapoquito, enciclopedista, ilustrado,
cobarde, chato o haragán. De esa nave yo no sigo su estela.
Falso poeta o falso arqueólogo, mientras vosotros vivís,
yo me quedo en casa a veces dichoso
repasando viejos legajos y grimorios.
Egoísta bien lleno de pus podéis si os place llamadme.
Pero de alguna manera sigo siendo aquel niño
que unas Navidades yendo de la mano de papá y mamá,
éstos se despistaron y me extravié. Niñito perdido en la ciudad
populosa, entre las callejuelas del destino hallé refugio en
la ciencia de mi biblioteca. O en mis adorados papás.
 
Qué más pedir.
De todo ello me ha quedado,
un trato acaso voraz con la melancolía,
el refugiarme en la quimera de las hadas del otoño,
el sexo íntimo en el légamo de las morbosidades,
un lugar bajo la bóveda de la iglesia;
de todo ello infiero me ha quedado
la ignorancia hondísima de la vida,
un rostro con un tono alelado,
el amor a los seres gatescos,
a los teólogos medievales,
a cualquier animal que fulja a la luz de la Luna,
y un asiduo trato con la negra
y pastosa, solitaria y larga misantropía.

(i) A veces la altura de la discordia es capaz de igualarse con el roble más alto, pero un temperamento demasiado puntilloso suele ser mala vara para medir.
Grecia y Roma son las magnificentes ideas que expresan el amor más vasto por el hombre y por la naturaleza inacabable. Ayer me ordené presbítero y puedo trasladarme al fin del monasterio a la corte del obispo de Cambray y en pocos años espero estar en la Universidad de París. Estuve en París; esos estudios pueden hacer a un hombre obstinado y disputador, pero dudo mucho, muchísimo, que juicioso. Tanto tartamudeo e impuro estilo desfigurado lo complican todo y no resuelven nada. Sus lenguas mustias y asesinas de la elocuencia merecen una especie de mazmorra o constante mutismo verbal. El odio y la malicia también se hallan en los hueros argumentos.

Me gustan las iglesias que refrescan el mar, el viento que rompe los ríos y ulula en los capiteles de acanto. Me gusta la niebla sobre el pelo rubio de las muchachas, la conversación inteligente y el corazón de la lluvia que te empapa del mismo espíritu divino. Mis amigos Moro, Grocyn, Linacre y Colet buscan verdades generosas y no esas supersticiones cadavéricas parisinas. Estudio griego, me enseño el griego, gozo espléndidamente aprendiendo la lengua de Platón.

El tejedor en el telar y el campesino tras el arado también son mis amigos y compinches. Tuve una disputa libresca y algo agria con Lutero, hombre demasiado pasional, radical, nacionalista; sus opiniones me desagradan; ese fanatismo, esa intolerancia...Creo que en mí pesan más las consideraciones humanas que las estrictamente divinas.

Pero ahora me someten a expurgo y el Concilio de Trento me moteja de hereje impío. ¿Puede ser el humanismo un movimiento de paz universal? Las casas de los cardenales me cierran sus puertas, los príncipes me persiguen.

Yo, Erasmo, sigo mi soledad hacia la playa de las estrellas.

(ii) EL POETA
Yo tengo un primo poeta
que en las Redes lo peta:
lo presenté al Padre Santo,
y el Padre Santo me dijo:
"Hijo mío, no es pá tanto"

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