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Donde Marta es el halcón

Amar es como el arte de la cetrería;
hay que domesticar al ave rapaz
cuyas garras o hieren o acarician.
Debemos tener paciencia: el amor
es ese animal irracional; seamos pues
indulgentes con los errores primeros;
pero una vez domesticado,
no seamos ilusos; su natural propensión
es volar muy lejos de nosotros.

¿Cómo deseo mi vida estos pocos años que me quedan? Frugal, defendida de infortunios, zozobras y contratiempos, y, como se ha caracterizado siempre, y prueba de que soy un espíritu selecto, muy solitaria.
Ahora se lee mucho y de muy poco, y eso muy poco, muy malo. Yo leeré (y releeré) mucho de mucho, y eso mucho muy bueno. Escribiré, pero no por la vanidad de publicar, que ya se han publicado demasiados libros en esta vida. Me quedaré embobado en los bancos de las plazas, y, ocasionalmente, gastaré mis dineros en una escort despampanante.
Me gusta la dulzura intemporal de una existencia solitaria y defendida de los vientos congelados de la noche. Hablaré poco y pensaré mucho, no me enamoraré, no pisaré sendas trilladas, y, como única extravagancia, me alimentaré de Nescafé mientras leo volúmenes clásicos de antimodernos y heteredoxos. No descarto, como Richelieu, dejar mi herencia a mis gatos. He tenido una vida cumplida, completa y agotadora. Es hora de retirarse a mis Palacios de Invierno. Es hora de olvidar aquel Palacio de Amor.

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