Cm

Santa se Quitó las Bragas

 
 
Ella entró sin tocar.
La puerta no la merece.
Ni yo,
pero igual me quedé ahí,
con el cinturón en la mano
y el juicio enterrado en la ropa sucia.
 
Dijo:
“No vine a rezar. Vine a gritar mi nombre desde tu garganta.”
Y me bajé los pantalones
como quien baja la guardia.
 
Tenía olor a motel barato
y labios de pecado fresco.
No besaba:
devoraba redenciones,
y escupía los “perdón” sin masticarlos.
 
La metí entre versos
porque ya no cabía en mis dedos.
Me leyó completo,
me corrigió con uñas,
y se vino tres veces antes de preguntar mi nombre.
 
Me dijo:
“No soy tuya.
Solo soy la pausa entre tus traumas y tu próxima mentira.”
Y lo juro:
le escribí un poema con la lengua en la espalda,
rima asonante entre gemidos y jadeos.
 
Al final se fumó mi fe,
se vistió con mi orgullo,
y me dejó ahí,
como una hostia masticada entre piernas sudadas,
rezando por repetir el sacrilegio.

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