Vino, Piel y Pecado
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La noche no empezó,
se desató.
Como si el universo hubiese dicho:
“Hoy, todo vale.”
Y ella entró,
con vestido de promesa
y ojos que firmaban condenas.
Abrimos el vino
como se abren los cuerpos que no temen.
Cada sorbo bajaba lento,
como sus tirantes,
como mi cordura.
Sonaba Coltrane,
o quizás gemidos disfrazados de jazz.
Las luces se escondieron
por pudor,
pero nosotros no.
Mi lengua exploró su cuello
como si ahí estuviera escrita
una profecía en braille.
Ella respondió con uñas,
las firmó en mi espalda
como si pagara la cuenta por adelantado.
Y después—
ya no hubo después.
Solo “ahora”,
en todos los rincones.
Entre la mesa y la pared,
entre sus piernas y mi locura.
Probamos todo.
Vino, labios, piel, risas,
sudor con aroma a gloria.
Nos bebimos sin brindar.
Nos mordimos sin pedir.
Nos dimos como se dan las verdades:
sin filtros y sin prisa.
Y cuando al fin cayó el silencio,
no fue porque se acabó la noche,
fue porque el cuerpo ya no pudo decir
nada que la piel no hubiera gritado.
