Cargando...

Migajas

Las fiestas decembrinas son un regalo para la vida. Ir y venir incesantemente es lo que más nos gusta a nosotros dos. Correr de un sitio a otro y reírnos juntos de todas las insensateces que podemos cometer, en todos y cada uno de los rituales tradicionales (no por ello menos absurdos) que disfrutamos.

Montar el árbol en medio del salón, donde no cabe ni un alfiler más, ocupando más espacio que el que destinamos para jugar. Y luego decorarlo. Con esos adornos irrompibles que buscamos, con mucho costo de tiempo para tratar de encontrarlos. No nos gustan, esa es la verdad, pero no se rompen... por lo que así no nos llevamos disgustos con nuestra gata Fifí... Estos momentos del año son su placer. Tiene al pobre árbol deshecho y sabe encontrarle las debilidades a cada uno de los adornos que recolectamos. A ella, esta época del año, la hace feliz, con esta diversión sin fin.

La elección de los regalos de aquellos a quienes no podemos evitar tener que regalar. Somos capaces de no contestar llamadas por un par de semanas para tratar de disuadir de esta obligación a las personas que despiertan dudas. Y por supuesto, hay que evitar también que ellas se sientan comprometidas a comprarnos algún regalo a nosotros, eso sellaría la situación. Pero lo mejor es, una vez que ya está decidido que hay que comprar un regalo, no escatimar. El objetivo es comprar algo que casi casi tenga ya, pero que no. Si va a ser un jersey, que sea muy parecido a uno que ya tiene, pero de otro color. Si van a ser unos pendientes, que sean casi idénticos a los de la última vez que la vi. Si va a ser un escapulario, que sea de otra virgen.

Y luego comprar cantidades impresionantes de comidas que nunca comeríamos en un agosto o un abril. Comida dulce, muy dulce, ¡dulcísima! Y comida grasosa, muy grasosa, ¡grasosísima! Comprarla para hacer recetas que nunca hemos intentado antes... y con las que arriesgamos tanto como la sensatez nos permita... Por supuesto... luego viene la inquietud de quién se comerá eso, que nosotros no somos los indicados... Es así como llenamos la casa de invitados a los que estimamos lo suficientemente poco como para no sentir remordimientos si se van con el sistema digestivo alterado. La lista de quienes vendrán a “una cena” es de los momentos más jocosos del año. “Este no, que una vez me hizo un favor”... “Este tampoco, que me contó un secreto...”, “Joaquín no, que me confesó su sueldo...”.

Pero lo mejor de este año fue cuando, después de la marcha de las tías de Alberto de la “dulce velada”, él y yo nos sentamos frente a la tarta japonesa de brandy y toffee y riéndonos de todo lo que había sucedido, nos comimos mientras bebíamos, hasta la última de las migajas.

Otras obras de Branwen...



Top