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LOS ANCIANOS

Estaba aquella anciana acurrucada
al lado de la negra chimenea
en su silla de siempre, la de anea,
con los ojos prendidos en la nada.
 
Su marido dirige la mirada
hacia ella, aferrándose a la idea
de que son jóvenes y así la vea
tan bella como fue recién casada.
 
Su mano, con cariño, la entrelaza
con los dedos huesudos de su amada
y con voz semejante a la melaza
 
la dice que no hubiera sido nada
sin su concurso y con calor la abraza
con la cara de lágrimas bañada.

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