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No hay prisa

Un día la promesa que me hicieron todos se está haciendo realidad: me estoy volviendo a enamorar. Era cierto. Uno vuelve a amar, uno reabre las puertas que cerró con candado, ventila las habitaciones que vacías permanecieron. Uno vuelve a sentirse vivo. Siente, lo siente todo y la evocación es de doble filo: viene y recarga al pasado con todo el viento del presente. Sopla con fuerza, alborotando las inseguridades que quedaron de esa última vez en que todo se sintió como que iba a salir bien, pero no.
En el amor hay recuerdos de desamores pasados. Recuerdos de heridas a las que les preguntas por su cicatrización, una revisión exhaustiva de todas las inseguridades que se quedaron cuando el que te prometió que lo haría no lo cumplió.
Pero todo pasa, se reconforma, sale piel nueva que recubre la cicatriz. La cuenta se vuelve a poner en ceros, aunque algunas veces agrega números ajenos. Nadie merece cargar con los errores de otros, pero hay cosas que solo el repaso de nuevas pieles elimina. Me estoy enamorando y todavía no sé a dónde nos dirigirá. Ignoro el futuro, algunos todavía no suelto por completo el pasado.

“No hay prisa”, me dice, y sonrío. Porque por alguna razón quiero creer que esto, que sentirme como me siento, que la manera en que sonrío en medio de una conversación acerca de ti, que reavivar la llama que pensé no volvería a ser hoguera, lo valdrá.
Lo haremos valer.

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