David Espinoza

Quito

Madrugo cobijado por montañas, navego en el mar de muchedumbre y me sirvo los tintos en la cima del mundo.

Al final la vocación de tristeza,
consiguió brillar en mi hondo semblante.
No sé de paz, razón o arte
que me haga vivir en otra parte.
 
En el norte de azar y de niebla,
mi jaula verde de sangre y madera,
se vuelve eterna, dejando entreabierta
la herida vieja y la magia quiteña.
 
En mi pecho vacuo reposa
el cóndor preso que busca su musa.
En tiempos de guerra, invierno y excusas,
brilla la palma, la oliva y la astucia.
 
¿Qué separa mi piel del hielo,
sino el rocoso de abrigo níveo?
Aún no he nacido y siento que muero,
siguiendo el requinto que silba bohemio.
 
Nací en la tierra que vuela despierta,
con la altura altiva que vaga en mis venas.
Entre hojarasca, uvillas y emblemas,
se enciende mi alma, adornando las penas.

él no sabía que engordaba tanto la sandía.

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