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Del otro lado de la pared del sueño

Sobre ideas de Howard Lovecraft

Se hunden, oh hijo mío, se hunden
los ciclópeos monolitos de basalto del Este,
del otro lado de la pared del sueño
que amasamos en las tardes del mentido invierno.
Vamos atravesando la bahía, tu pie
hace huella en la arena, yo voy
jugando con tu imagen, no con tus años.
Voy situando fragmentos de ambos en otras latitudes
libres del ojo riguroso del shoggoth.
Se hunden, oh hijo mío, se hunden
los ciclópeos monolitos de basalto del Este.
Oh, reinos de insondable horror,
oh, reinos de inconcebible anormalidad,
cerebros cautivos por una edad de sombras
que dramáticamente ahora se derrumba,
dramáticamente el muro se derrumba,
del otro lado de la pared del sueño,
y una multitud de olas de acariciada eternidad
va imprimiendo sobre la arena apetecida
la señal de los nuevos tiempos.
Qué negra nana, oh hijo mío,
nos cantaron durante años, qué negra nana
la de la persistencia de los monolitos
que ahora se hunden irremediablemente.
Qué negra nana
para dormir al hijo de Lavinia Whateley, no humano,
agonizando sobre el libro:
“Yog-Sothoth conoce la puerta.
Yog-Sothoth es la puerta.
Yog-Sothoth es la llave y el guardián de la puerta”.
Voy situando minutos de ambos, tuyos y míos,
en latitudes libres del ojo del shoggoth, espejos
donde se queman nuestros rostros, espadas
cruzadas en la noche, tu risa,
donde gravita, puro, el arco de la alianza.
Oh, hijo mío, sobre las playas del mentido invierno.
 
Y la belleza del mundo es irritante afuera
en las provincias y en las islas y en los febriles campos.
Oh, hijo mío,
sobre la yerba que la gente joven está pisando ahora
rabiosamente.

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