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Sabor amargo

No le pongo azúcar al café o al té, me incomodan la rutina y encuentro dulzura en lo amargo. Nado en charcos diminutos que me ahogan cual oleaje de mar abierto en madrugada.
Prendo incienso cuando estoy cansada y disfruto de ver la lluvia caer y resvalar por la ventana.
Le halló gozo a las cosas simples como a mi soledad, que la aprendí a querer después de mucho tiempo cuando la tenía que alojar en el departamento de mi vida sin alguna otra opción.
Que ahora después de disfrutar los cigarros puros y una canción con el sol de mañana me entra la ansiedad de saber si lo puedo compartir alguna vez.
Aveces solo pienso que algo se rompió, que algo quebró hace tiempo dentro de la mecánica de mi corazón y que hacer intentos en vano de entregar el latido a quien con manos de oro y llave forjada, con un movimiento de riesgo abre la cerradura, desembocando un miedo que solo termina con ellos dentro de un cuarto ahora vacío con la ventana abierta, dejando entrar todo el viento que paso ya 10 kilómetros antes por mis mejillas al correr alejándome por dejar entrar a quien no me daba pulso y alejar a quien lo desembocaba cual huracán.
Por hervir en brazas mi cuerpo tras carisias y luego sentirse triste por ello, de saber ser capaz de dar placer entre piernas pero querer ir más allá de eso, me perdí en un camino donde no se volver.
Le huyó a lo bueno, le huyó al fracaso y le huyó a tener la caja más bella de rosas de vidrio y dejarla quebrar por el intento absurdo de regalas, por no saber amar, por vivir enamorada del sentimiento más bello sin poder sentirlo, por anhelar vivir algo que no he vuelto a sentir, por dejar entrar para fallar en el intento por arruinar oportunidades en las que latía el corazón.

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