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NO TE FÍES DE LOS VENDEDORES

Era la hora de la siesta, la calle estaba desierta, hacia un calor de mil demonios, el pueblo de casas bajas con pequeños y bien cuidados jardines delanteros estaba en silencio.
Casas casi iguales, ventanas con visillos blancos, las fachadas encaladas, rejas negras en las ventanas, las puertas con alegres colores.
Un pueblo de familias de clase media de los años cincuenta.
La mujer estaba viendo la televisión, no podía dormir, estaba nerviosa, su marido estaba a punto de quedarse sin trabajo.
Se hallaba harta de aquella vida monótona, aburrida, pero no había forma de que su marido la escuchara y la dejase trabajar, del mismo modo, cada vez que sacaba el tema, el se enfadaba tanto que llegaba a tenerle miedo.
Asimismo si ella trabajara no tendrían tantos apuros económicos, no deberían haberse mudado a aquel pueblo... las casas eran preciosas, pero excesivamente caras, demasiado para ellos.
Se incorporó al oír un sonido procedente de fuera, eran pasos ¿quién podría ser a esas horas? Lo sabría rápido, sonó el timbre y ella con pereza y mala cara  fue a abrir.
Se encontró con un hombre imponente, muy alto, más de uno noventa calculó, el traje gris oscuro no disimulaba su robustez, unos ojos negros la miraron, el desconocido le tendió la mano. Hola soy Robert, le traigo algo que cambiará su vida.
Ella una mujer joven, atractiva, una melena pelirroja que parecía fuego, la cara recién lavada, solo un pequeño toque de polvos “La Palmera” lo miró con coquetería.
—¿Y qué es lo que me trae?
—La última moda en vestidos, con ellos podrá conseguir lo que quiera, se lo aseguro.
Carla abrió los ojos como platos, allí apenas había tiendas y todas con ropa demasiado puritana.
Le abrió la puerta y lo invitó a pasar.
La sonrisa de él le hubiera puesto los pelos de punta, pero ella no la vio.
Dejó la maleta en el suelo, ella le indicó que la pusiera sobre la mesa, el la puso, la abrió y sus ojos se abrieron como platos, ¡Qué vestidos! Sin embargo debía recordar lo mal que estaban económicamente, miró al vendedor y con un suspiro le dijo claramente: pierde el tiempo, me encantan los vestidos pero no puedo comprarlos a consecuencia de que en estos momentos atravesamos una mala racha.
Los ojos de él se volvieron aún más negros, como pozos insondable, su sonrisa dejo ver una hilera de dientes blancos como la nieve, Carla se estremeció, algo no le gustó, pero él siguió sonriendo y diciéndole, no importa, podrá pagarlos poco a poco.
En ese momento ella miró la pared, vio una enorme sombra, deformada, y volvió a mirar con rapidez al vendedor, se regañó mentalmente, -¿estás tonta? ¿qué te pasa?
Sonrió al hombre y dijo: está bien, me probaré uno.
La sonrisa de él se ensancho aún más si cabe.
Salió del dormitorio con el vestido puesto, estaba totalmente enamorada de como le quedaba, él le presentó una factura, ella apenas la miró, firmo y pensó en como su
marido esta vez quizás al verla tan distinta, tan arreglada y guapa la escucharía.
¡De nuevo esa sombra en la pared! Miró al hombre y esta vez los ojos casi se le salen de las órbitas, seguía esa sonrisa, pero en una cara que se iba deformando, un cuerpo que al hincharse iba rompiendo la ropa, intento gritar pero no pudo, estaba aterrorizada, mirando aquel ser, su cuello se alargo lo indecible, abrió la boca enorme, con dos filas de dientes afilados, se dirigió hacía ella y horrorizada pensó, me va a matar, no le dio tiempo a pensar más: rápido como una serpiente se tragó la cabeza de ella.
Sus brazos envolvieron su cuerpo ensangrentado y lo fue devorando esta vez sin prisas, casi con fruición, termino la comida, movió con fuerza, en pequeñas convulsiones su cuerpo, volviendo a su forma original. Sonrió, este barrio era tan
tranquilo... Se puso un traje nuevo, recogió lo que había manchado y se fue.
El marido denunció la desaparición, nunca se supo de ella ni de la ola que hubo aquel verano de mujeres desaparecidas.

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