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La mirada

Aunque vaya a esconderte, Dios me mira
con ojos de reproche sin venganza;
mientras más amoroso más alcanza
a lastimar lo que de mí respira.
 
No la altiva pupila de la ira
sino la suplicante, la que mansa
en órbita de llanto se remansa
y por buscarnos, tiernamente gira.
 
Se acerca y con su lampo que destruye
tiniebla tanta a tiempo que nos hiere,
la contrición al alma restituye.
 
La limpia del orín que se le adhiere
(y de la terca piedra linfa fluye
al acordarnos de que Dios nos quiere.)
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