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Relatos sobre la vida, la muerte y sus no sé qué.

A Eduardo

“Hoy me gusta la vida mucho menos,
              pero siempre me gusta vivir”
                                                          César Vallejo.

La vida juguetea, ríe conmigo y yo con ella, sé que algún día no volveré a respirar, pero he reído tanto que ya me doy por pago. El sol es un forastero, la luna una hamaca para el calor. También he sabido, que los cadáveres de las mariposas nos recuerdan que el amor también posee colores y se marchita a pesar de. Todo es un enigma. La abuela de Y, fue embarazada en los llanos por el señorito de la casa; y luego sin zapatos fue abandonada a la calle, allí conoció a quien le salvó, un fotógrafo cuidador de tumbas de apellido Miguilena. Uno debe saber descifrar la luz de la noche de la oscuridad, y de los soles del pacífico en invierno. Mi amigo M. fue preso, y la cárcel era el juego de los pranes que mandaban allí. Menos mal que M. logró salir de allí sin ser violado. Pasan cosas como si los relatos nunca acabaran. Los versos y las tildes no saben extinguirse. Papá contrataba obreros colombianos para trabajar en casa en los setenta. Yo era un niño de 10 años, y les sacaba conversa. Uno me contó que a todos sus amigos los habían matado por ser guardaespaldas, y por ello, él se había venido a Venezuela. Los escombros de la vida de otros, nos ilumina sin saberlo. Otro día en casa de J. conocí a un sujeto que era del ELN, o sea que era un escapado guerrillo, un desertor. Por eso bebían cerveza escondidos y vivían de albañiles en una casa algo apartada de unos viejos padres de J. Esa noche bebimos mucho. No quise preguntarles a cuántos mataron ni a cuantos les mataron a ellos. La vida es una esmeralda que viaja al paso de los morrocoyes más hermosos, en otros momentos la esmeralda se hace ruin y despiadada. Según Y. una señora mató a su marido en su patio y al parecer no lograron descubrirla. Y. todavía recuerda el rostro de esa anciana. La vida da vueltas en los manicomios y logra hacer reír a muchos. Mi vecino portugués, me contó ayer sobre cómo fue combatiente en Angola en el 74. Manejaba un helicóptero full de armamento, y si no mataba lo mataban, o el ejército lo llevaba preso por incumplir. Me dice que lo peor era el llanto de los niños. Ese llanto no deja dormir el alma. No soy juez ni parte ni nada, solo escribo lo que me cuentan y deseo contar. Los números no me les sé del todo. La vida y la muerte se parecen tanto. Mi amiga C. Tuvo amoríos con un cura en los ochenta. Salió embarazada y luego abortó. Conoció otro cura y también vivió sus amoríos, hasta que éste la engañó con la secretaría de la sacristía. No sé dónde juega dios con los dados del demonio y al revés. José Gregorio, el santo, le salvó la vida al niño C. Esto me lo contó su madre, Doña E. Hay milagros muy hermosos en los jardines del infinito.  Le dieron un tiro a la que era esposa de un pana. Ella es abogada y eso le pasó por no seguir defendiendo a mafiosos en los tribunales. Ya se fue del país para escapar de nuevos tiros. La anciana existencia se lava los dientes muy tempranito y toma oxígeno para hacer salir el mediodía. Nos ofrece así el mejor soplo de neblinas invisibles que suelo ver. En las trochas colombo-venecas picaron a un man, conocido de mi amiga S. Me paso las auroras por los aires y siento las praderas de mi infancia que me ayudan a respirarme como fruto verdeazul. Una señora caminaba por un sendero de esas trochas y pilló que tenían a un tipo muerto allí, todo tapado. Le dijeron, -¡Mija, o pasa o algo malo le puede suceder a los sapos! Usted verá–. Los muertos saludan a través de los sueños más lentos. A mi viejo amigo aldeano S. se le apareció una especie de fantasma. Ese ser sobrenatural no tenía pies y le pidió desenterrara unas morocotas. Él lo hizo y las llevo adonde se le pidió. Esto me contó S. No sé cuánta verdad había en el cuento, pero S. me lo relató casi que con lágrimas en los ojos. Dijo que nunca había estado preparado para hablar con la muerte tan de frente. Yo he hablado con la muerte despierto y dormido. Mi vecino, el de la cara dañada, y que es buena vaina; me contó como algo que a él le parecía muy normal. Resulta que a su madre la habían tenido que enterrar por partes. Me exalté cuando me dijo eso. Me pareció un muy mal chiste. Me explicó entonces, que por sufrir de una intensa diabetes, su Mamá iba perdiendo miembros del cuerpo, entonces le amputaban en la clínica esas partes, e iban enterrando sus fragmentos, hasta que logró morir para finalmente descansar. Uno no se imagina tantas cosas que vívidas al extremo, se generan en tantos senderos cercanos a uno mismo. Cuando yo tenía 7, Papá sufría a veces brotes psicóticos y Mamá perdía el entusiasmo por reír de vez en vez. A pesar de lo que se diga, agradezco a lo inefable y sagrado, todo lo que ha significado amarlos y superar estos riachuelos del vivir. Río y me dejo reír ante tanta cadavérica noche y amanecer. En estos días mi amiga C. me relató que mi viejo maestro G. está casi en la indigencia. Duele eso. Yo presto atención, intento apoyar en lo que pueda. Y al voltear la calle de la sobrevivencia de otros, me persigno con el sudor de las mariposas más secas pero también más coloridas. Uno debería no quejarse tanto de la vida y respirarse hacia dentro y hacia afuera. Sentirse sagrado desde abajo del lodo incluso. La vida juguetea, ríe conmigo y yo con ella, sé que algún día no volveré a respirar, pero he reído tanto que ya me doy por pago. El sol es un forastero, la luna una hamaca para el calor.

Ender Rodríguez.

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