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Cuento: Ficciones II.

Dedicado al gordo Yanis D.

Jorge B., era un tipo adorador de las dictaduras del proletariado, los tragos y las peleas de gallos. Víctor W., era al contrario un sujeto emprendedor, tenía siempre una amante disponible y adoraba las dictaduras del capital.  Uno andaba desaliñado y ebrio muchas veces; el otro olía a pino y a pollera de alcurnia. Vivían en una pequeña comarca llamada “Creo primavera” y allí las gentes se dedicaban a jornalear, hacer dinero, tratar mal a los forasteros y buscaban fisgonearse unos a otros. Llovía rara vez en el pueblo y las nubes no se agolpaban sobre ellas mismas, como quien se desnuda violentamente a solas por exceso de calor.

Víctor W., solía aprovecharse de muchos obreros por ser un dueño de empresas, era autoritario y jovial. Siempre se burlaba de alguien. Jorge B., era solidario y demasiado serio, hasta quisquilloso según decían las mujeres que no tuvo. La amistad que los unió desde muy jóvenes, se había roto por líos de faldas y por la política. Esa tensión  entre ambos crecía como un tsunami en el Atlántico. Algunos pensaban que las cosas mejorarían si la primavera llegara a venirse a vivir a este lugar. Las gentes estaban sedientas de invierno y deseables de primaveras para soltarse y lanzar a rienda suelta sus instintos más eróticos y sus ganas de liberarse de ciertos abusos de Víctor W.

Cierto día Jorge B., se encontraba muy ebrio y mientras caminaba de nuevo y en círculos hacia la cantina, repasaba en su mente la forma en que se vengaría de Víctor W., apuñalándolo con su cortaúñas o con una roca filosa y ardiente del suelo de verano de “Cero primavera”. Cada paso que daba registraba en su mente una fórmula diferente y quizás, elegante para acabar con Víctor W. En uno de sus elocuentes episodios en su cerebro, se acercaba Jorge B., y le decía con suspicacia: ¡Oye Víctor casi nunca volvimos a beber un trago, abrázame no seas  avaro! Mientras lo decía, iba sacando del bolsillo una soga angosta con cera de abejas para poder atarle el cuello y de un tirón estrangularlo, exitosamente, para ser reconocido como el salvador de “Cero primavera”. En otras faenas mentales, solo lanzaba cianuro en polvo ya preparado en líquido desde una inyectadora, y le obligaría a cerrar su boca y tragar ese letal líquido hasta morir. Luego de partirle en dos el cráneo con sus zapatos sucios de jornalero, bailaría sobre sus huesos orinándole cada parte de su despreciable ser. Pensó maquiavélicamente en sacarle un ojo con un puñal hueco y dejarle desangrar frente al sol, mientras todos aplaudirían muy solemnes. En uno de esos pasos mal dados maquinando las muertes, de improviso se le acerca por detrás Víctor W., a Jorge B., y al verlo muy bebido, le grita que se le aleje a su casa para evitar mandarlo a golpear por sus matones. Acto seguido, Jorge B., se impulsa sobre sus sucios zapatos y se lanza hacia el rostro de Víctor W., con sus manos de uñas largas para herirlo fulminantemente. De repente, se tropieza Jorge B., y al ir cayendo frente al cuerpo de Víctor W., decide tratar de morderle con violencia; y justo a la cintura se impulsa y logra incrustarle toda su dentadura al cuerpo de este criminal pero, termina aferrando su boca totalmente al pene de Víctor W., quien grita y da alaridos como un niño tambaleándose. Víctor W., llora y suda, tira puntapiés, no aguanta el dolor. Jorge B., logró morderle tan fuerte que su boca se llena de sangre del pene erecto de Víctor W., quien a su vez venía de estar con una exquisita mujer voluminosa, pagada para dar placer a los sujetos que olían a pino y a pollera de alcurnia.

Víctor W., empezó a curarse muy lentamente para luego mandarse a poner un miembro gigante, nuevo y muy hermoso, antes de morir; aunque tampoco pudo usar su pene en realidad. Murió pensando en cómo asesinar a Jorge B., mordiéndole el pene de la misma manera apasionada con que a él se le incrustó su terrible enemigo. Jorge B. fue infectado de SIDA por el contacto con la sangre de Víctor W., en su boca y a los pocos meses murió quisquillosa y ebriamente.

Nunca hubo primaveras en “Cero primavera”. Todos siguieron fisgoneándose, jornaleando y molestando forasteros, aunque más adelante, el pueblo cambió su nombre para transformarse en la comarca “Cero pene”, cuya fama fue única y escalofriante en toda la región.

Ender Rodríguez

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