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La mañana

Despierte temprano, niéguese a la continuación de sus sueños. Hurgue en la oscuridad de lo cotidiano las figuras sin sombra. Mire el cielo, la pronta ausencia de estrellas indicará, como una bandera, la dirección del viento solar y la fuente del nuevo día. Es inevitable, si escucha atentamente, esas ansias que empiezan a tamborilear dentro de usted. El deseo de luz hace que pronto ésta aparezca en tonos azules que van del oscuro a uno cada vez más claro. Y es esta flama celeste la que inicia el transcurrir de las horas. Está usted frente al comienzo. Ya las cosas tienen sombra y es claro que han abandonado la planicie de sus sueños. Las ramas del árbol parecen serpentear e ir cambiando de figura mientras la luz desciende poco a poco en las hendiduras de su corteza. Florecen por segunda vez los geranios en tan transparentes colores que parecieran teñir al viento mismo. La dimensión profunda se evoca ahora con los lejanos cantos de los gallos. ¿Dónde se encuentran? Ignorar su origen nos hace sentir, extrañamente, en el centro de un invisible reloj de manecillas sonoras y a la vez luminosas.

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