De mi boca florecían las
enredaderas que abrazaban
a mi alma.
De cada una, una flor brotaba;
y de ellas los susurros de dudas,
presagios, risas, llantos, que
muy dentro de mí se plantaban.
Una nueva flor.
Por mis ojos resbalaban las raíces,
bajando insistentes e irracibles
por mis mejillas, hasta llegar a mis brazos.
Me fundían en un fuerte abrazo de mí
para mí... una tregua perfecta entre lo
que de mí brota y me arrebata tanto;
y yo, la creadora de esta enredadera.