Cuando por las profundas oquedades,
navegue en eterna travesía,
sin sujeción alguna y sin amparo
–dolorosa deriva–
Cuando rebosen mis párpados salados,
mas allá de las algas
que no han conseguido retenerme;
ni tan siquiera
en un intento apócrifo
de mi ya bien ganada disidencia.
Cuando llegue la muerte
bien cargada de invierno,
y atraviese mis venas helándome los huesos...
Cuando señale el haz de su guadaña,
la vereda del Norte,
y el norte sea otro extremo.
Cuando como es costumbre,
se me desaparezcan entelequias
y solo esté el sonido de las algas moviéndose
por la corriente zaina.
Cuando mi cuerpo entonces vigoroso,
se trastoque en podrido receptor de gusanos,
y aún intente aferrarme a las lamidas piedras.
Entonces, solo entonces
sabrás como te he amado.