Soledad, esa inquilina silenciosa
que alquila mi colchón sin preguntar,
me limpia el corazón con poca cosa
y a veces se me queda a platicar.
Se fuma mis recuerdos sin permiso,
se prueba mis camisas de estar mal,
me mira desde dentro del hechizo
que tiene el no tener a nadie igual.
No es musa, ni castigo, ni heroína,
es solo esa costumbre de esperar
que vuelva la que nunca se avecina
y deje de dolerme sin llegar.
A veces me la encuentro en los espejos,
peinándose con rayos de autobús,
y a veces me redacta sus consejos
en notas adhesivas con su cruz.
Soledad, quédate si no hay reproches,
si entiendes que no soy lo que perdí,
hagamos del insomnio nuestras noches
y del silencio un beso carmesí