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El turbador

En silencio la selva se recrea:
ya no turba su paz el rudo hachero
a cuyo golpe aquel roble altanero
vibraba con un ritmo de odisea.
 
Junto al árbol que un hálito menea,
presa de oculto mal yace el bracero:
y a través de la fronda un sol artero
con lanza de cien puntas lo alancea.
 
Abrazado a su hacha de combate,
contraída la faz, el ceño adusto,
en garras de la fiebre se debate.
 
Y bajo el roble –de su vida ignota–
finge su cuerpo miserable arbusto
que despiadado el vendaval azota.
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