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Aún como ayer

El atardecer ha llegado, y con él, la esperanza del reencuentro. Aún el color de tu voz llena el espacio que permanece al resguardo del infinito suspiro de la nota que apunta la sílaba musical del ruiseñor que al alba canta la llegada del día que hoy muere. Tu cálido color de voz que me cobija, y que en su tonalidad infinita de matices difumina la espesa amargura de la espera, que junto con la bruma del atardecer mancha de ansiedad la espera de tu anunciada llegada. Al paso de la ardiente luz del atardecer en el horizonte, mil sombras caminan frente a mi ventana. Algunas de ellas parecen detenerse al pie de mi cama para contemplarme en silencio, muchas otras, simplemente siguen su camino de prisa como si advirtieran tu inminente llegada junto con la noche… o quizá, éstas sencillamente prefirieron ignorarme. Por un momento, cerca de la ventana, el aleteo de un ruiseñor me distrae de mis efímeros visitantes. El ave se posa al corte de la ventana, toma su tiempo, y con movimientos inquietos me mira con desdén presumiéndome de su vitalidad. Con su mirar impaciente aletea al tiempo que emprende el vuelo hacia el horizonte. Sólo queda el eco de su canto contenido en esa sílaba musical que aún hoy evoca el color de tu voz.

La intensidad de luz que entra por mi ventana ha disminuido dramáticamente. Ha empezado a llover. Al aroma de la tierra, humedecida por la lluvia, se abre paso entre las rendijas de las ventanas para violar la intimidad de mis sentidos, evocando en mi memoria el exquisito y único aroma de tu perfume mezclado con el suave acento del bosque que nos acompañaba en nuestros largos paseos vespertinos de campiña. Aún hoy, en mi postración, puedo percibir y revivir claramente el aroma de tu perfume invadiendo mis sentidos… llenando de alegre nostalgia mi marchita existencia. ¡Maldita la agonía que nos mantiene tan lejos y tan cerca! Que incómoda resulta esta terrenal fragilidad que nos mantiene en el hito desenlace de la espera… Tu color de voz, mi vida, el anhelo de la calma y la paz en el cobijo de tu regazo.

Al tiempo de la lluvia, miles de enormes gotas de agua se estrellan intempestivamente contra mi ventana, como si pretendieran robar la leve intimidad que me queda. El constante golpeteo de las gotas de lluvia al estrellarse contra mi ventana se sincroniza con la alarma del monitor que vigila el registro invariable de mis constantes vitales. En mi brazo, el cintillo del monitor que me ata a la mundana levedad de mi marchito ser, se confabulan con las diversas sondas de invasión corpórea que registran en verde carmesí el latir de mi cansado ser en la impenetrable negrura de su indiferente pantalla. Ahora en verde, alternando en amarillo resumen el contraste de colores que detalla cada una de las cifras que marcan mis constantes vitales… Vida, que rápido se dice, y que lento transcurre cuando ésta depende del cintillo de un ventilador.

Únicamente la insolente luz plateada de los relámpagos que irrumpen en mi habitación rompe la sincronía de colores en la pantalla del monitor. Destellos de luz y sombras danzan contemplativamente en mi habitación, que al danzar cadenciosamente, articulan siluetas que inundan mis sentidos con destellos de añoranza. Tú… siempre Tú al final de todo. Tú… por sobre todo, Tú. Tu imagen tan vívida como ahora. El calor de tu piel. El suave roce de tu mano es el dulce consuelo en la promesa de la eternidad. Te miro, me miras. Sonreímos al futuro como niños gozando la sorpresa en la novedad del juguete recién llegado. Al pie de mi cama el color de tu voz rompe el silencio con ese dulce acento que tonifica la esperanza de nuestro encuentro. Ni siquiera la alarma del monitor se permite competir con tu dulce lectura. El tiempo parece haber encontrado la pausa tan deseada para inmortalizar tu color de voz contenida en tan hermosa cadencia de sílabas. Alzo mi mano en un inútil intento por alcanzarte, pero el quemante dolor que limita mi movimiento, rompe con la furia del trueno la intensidad del momento. Así irremediablemente, el temblor de mis cansados párpados les obliga a sucumbir ante el devastador dolor. Te desvaneces… y sin embargo, aún como ayer, te siento.

Ha dejado de llover. Permanece el aroma a tierra húmeda que se filtra por entre la rendija de la ventana llenando hasta el último rincón de mi memoria con añoranzas, donde predominan el color de tu voz y la calidez de tu sonrisa. Te siento tan cerca como otrora. Huelo paz. Incluso percibo el olor de café en la cercanía. Mis sentidos parecen haber renacido. Te oigo… tu sonrisa es tan cercana. Tu calor tan latente. El miedo de la distancia que nos separa no existe más. Te abrazo, te acepto, me aferro a ti ahora más que nunca. Sería inútil pedir al tiempo un espacio para la reconciliación. Irremediablemente me entrego a ti… mi gran amada. Tu aroma se mezcla nuevamente con el de la tierra humedecida por la lluvia.

El atardecer quedó atrás, y la noche finalmente encontró su camino. Siento frío. Puedo oír como el viento sopla intensamente fuera de mi ventana. Cercanos destellos de luz irrumpen por mi ventana… dibujando conocidas sombras que en una rápida intrusión parecen despedirse. El tiempo parece confabulado, y pausarse intencionadamente para prolongar el espacio de una última visita entre grandes amigos. Inesperadamente, una corriente de viento helado corre por mi espalda arqueando y convulsionando mi fatigado organismo; Al mismo tiempo que la alarma del monitor emite un sonido irritante, chillante y sostenido que irrumpe dentro de mi cabeza causándome embebecimiento. El botón rojo intermitente pulsa sincrónicamente al ritmo del chillido de la alarma. Mil luces se encienden a mí alrededor. Un tumulto de gente que va y viene. Una avalancha humana que se vuelca dentro de mi alcoba. Una inmensidad de voces voraces interminable que culmina con la simple orden sonora que pide fijar la hora del deceso. Súbitamente un breve espacio de silencio se abre. En mí, no hay más dolor. Inspiro profundamente en pos del alivio, y una sensación de paz llena mis entrañas. A lo lejos una voz tenue consuela a quien en llanto ahogado pide tiempo para enfrentar el esperado término de una larga agonía. Suspiros de alivio. Suspiros de adiós.

Todo a mí alrededor se desvanece, y parece alejarse. Entreabro mis ojos, y al pie de mi cama tu pálida silueta dibuja una afable sonrisa. No queda más. Sólo somos tú y yo al final. Tu mano se alza hacia mí invitándome hacia el túnel de luz que te enmarca. Tomado de tu mano, a tu lado, abrazo nuestra estancia final. Te abrazo, y AÚN COMO AYER… TÚ, mi más fiel acompañante. Muerte, tu eres mí añorada amada.

(2012)

El presente texto es parte de la colección de poemas y cuentos registrados como parte del segundo título del autor, que en breve será publicado; Julio 2013.

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