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Los elfos

Envuelta en sangre y polvo la jabalina,
en el tronco clavada de añosa encina,
a los vientos que pasan cede y se inclina
envuelta en sangre y polvo la jabalina.
 
Los elfos de la oscura selva vecina
buscan la venerable, sagrada encina.
Y juegan. Y a su peso cede y se inclina
envuelta en sangre y polvo la jabalina.
 
Con murmullos y gritos y carcajadas
llena la alegre tropa las enramadas,
y hay rumores de flores y hojas holladas,
y murmullos y gritos y carcajadas.
 
Se ocultan en los árboles sombras calladas,
en un rayo de luna pasan las hadas:
llena la alegre tropa las enramadas
y hay rumores de flores y hojas holladas.
 
En las aguas tranquilas de la laguna,
más que en el vasto cielo, brilla la luna;
allí duermen los albos cisnes de Iduna,
en la margen tranquila de la laguna.
 
Cesa ya la fantástica ronda importuna,
su lumbre melancólica vierte la luna;
y los elfos se acercan a la laguna
y a los albos, dormidos cisnes de Iduna.
 
Se agrupan silenciosos en el sendero,
lanza la jabalina brazo certero;
de los dormidos cisnes hiere al primero
y los elfos lo espían desde el sendero.
 
Para oír al divino canto postrero
blandieron el venablo del caballero,
y escuchan, agrupados en el sendero,
el moribundo, alado canto postrero.

Castalia Bárbara (1899)

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