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Georgina Herrera

Primera vez ante un espejo

(viendo una cabeza terracota de mil años, excavada en Ifé)

¿Dice alguien que no es
mi rostro este que veo?
¿Que no soy yo, ante el espejo
más limpio reconociéndome?
O.... ¿Es que vuelvo a nacer?
Esta que miro
soy yo, mil años antes o más,
reclamo ese derecho.
Mi mano va
desde ese rostro al mío
que es uno solo y de las dos,
asciende, palpa
el mentón purísimo,
la espaciosa boca. Sí,
con mucho espacio, así que un solo beso
de ella basta
para pedir la bendición al viento,
la tierra, el fuego y la llovizna.
Ahora toca mi mano la nariz.
De un lado a otro va sobre ese rostro
de las dos. Esa nariz... mi dios; en la pradera
para mí sola, esa que llaman Universo,
en la que ando a mi albedrío,
atrapa olores.
Olor a fuego, a tempestad,
a tierra y agua juntos,
olor de amor, de vida inacabable
entra por ella; es
el total alimento de mi sangre.
Mi mano, al fin, a lo más alto
de ambos rostros llega:
los pómulos, la frente, baja
un poco nada más hasta los ojos
que yo miro y me ven.
Ojos tremendos
en los que apaga y aviva sus fuegos la tristeza.
Soy yo. Espejo o renacida.
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