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El cortador de césped

Alejandro poseía una habilidad sobrenatural, o mejor dicho, un don muy muy natural, algo que venía desde adentro, desde su concepción, su simiente era muy poderosa.
No podría explicarlo con palabras, serían vanas, pero su fuerza, su talento, su destreza, provenía de los más profundo de su corazón.
Con años de constancia en el estudio de la técnicas de jardinería y maestrías en floristería, su padre Don Champa Lozano realizaba trabajos informales en los barrios más ricos del condado, donde las mejores mansiones de la zona sur expresan su vanidad y boato en sus amplios vergeles delanteros y sus patios traseros al estilo inglés victoriano; invernaderos orangeri, mas parecidos al jardín del Edén que al pequeño huerto en el que su hijo Alejandro jugaba a la pelota.
Durante la primavera gustaba de cosechar aromáticas veraniegas, frutas de tropicales y cactáceas del desierto, con su adorable esposa Anastasia, con la cual lograron comprar una casa con un propio pensil florido, más humilde en que las que él trabajaba pero con más corazón y por supuesto flores y frutos por orlando las paredes y perfumando los atardeceres.
En realidad todo aquello no era más que un inicio para su verdadero sueño, no es que no adorasen los verdes jardines, esplendidas pérgolas o fructíferos huertos pero el verde paisaje que más lo identificaba era el del deporte, el deporte más lindo del mundo.
En su pequeño jardín trasero educó a Alejandro en los valores saludables, lo instruyó en las ciencias ambientales y, sobre todo cultivó el cariño a su único hijo, donde creció y gambeto Alejandro.
Ya a sus 17 años Alejandro Lozano, era jugador de las inferiores del “Precious Crystal” un gran equipo de la liga nacional y promesa del fútbol mundial, un diamante en bruto, capaz de opacar la defensa más atiborrada de burros.
¿Podría llegar a jugar en la primera división?-titulaba la sección deportes del diario local.
“El Joven Maravilla”, escribía la revista mensual del club con Alejandro posando en la entre macetas derrochadas, y el brillante abrazo de Anastasia.
Heredero de los ritmos con que fue criado, poseía la audacia y el atrevimiento de la música Disco que amaba Don Champa, que escuchaba durante el embarazo de Anastasia, y era tan cadencioso y con su propio estilo para el juego como el pacifico soul que Anastasia escuchaba durante las siestas en la reposera de mimbre, seguro de su ritmo implacable.
Alejandro fue dotado de una picardía mordaz, un instinto sagaz, la maña implacable  y un ingenio innato para driblar a sus oponentes.
Esa noche de abril llegó alrededor de las 9 de la noche a su hogar, cansado de tanto ejercicio muscular, fatigado de tanta corrida, salto y despliegue.El aroma del hogar era una suave dama de noche que posaba sobre el alfeizar de la ventana de la cocina, Anasatasia los esperaba, esbelta y espigada como un tulipan, con sus discos de Aretha Franklin u Otis Redding sonando en el reproductor, era una mujer cálida y serena y sudaba alegría cada vez que recibía a sus campeones.
Cocino pasta para agasajar a su familia y dotarlos de proteínas, uno vareniki con crema para reponer energías y un té de manzanilla, que recogió de su propio huerto, un pequeño jardín en el que Alejandro aprendió a esquivar macetas, saltar flores y traspasar arbustos; en el césped recortado y aterciopelado por Don Champa.
Cortador de césped de oficio y profesión, como le gustaba presentarse, un diseñador de élite de los campos de juego, un cuidador y jardinero de excelencia, recibió la afortunada noticia que trabajaría en el “Precious Crystal”, en el estadio principal, el “Cemetery Park”,allí donde los grandes equipos caen, un domo magnífico, envidia de centenares de equipos.En el mismísimo campo de juego del gran equipo del condado.
Las piernas de Don Champa marchaban como si fueran tijeras y sus brazos se movían al compás del 2x4.Llegaba después que Alejandro al hogar, a eso de las 10, luego de una extensa jornada, modelando uno de los céspedes mas uniformes, brillantes y vitales de la liga ese perfecto terreno de horizontales líneas verdes, cuidado por su padre, “el rey del corte”.
Cada semana alucinaba con nuevas formas geométricas, desde verde círculos que se extendían desde el centro del campo de juego, hasta franjas oblicuas que cortaban el campo de juego desde un vértice hasta el otro, y grandes franjas que abarcan desde el arco hasta las dos líneas laterales a mitad del campo.
El futuro de Lozano era auspicioso y prometedor, su piernas eran dos lingotes de oro.
El entrenador de primer equipo poseía una sonrisa confiada cada vez que veía los partidos de “Cañoncito” (como lo apodaban en el club) de la sexta categoría, cada vez que encaraba con la caprichosa atada sus pies dejaba en rodada en el césped, era un inminente peligro para la red de enfrente y un halo de gloria y confianza para sus compañeros de equipo.
En una de las canchas auxiliares bajo las órdenes de su profesor, Alejando como era su costumbre, desplegó su cadenciosa arte, toque sutil del balón hacia la derecha, enganche hacia adentro, un rival que quedó palidamente pasmado, emprendió súbitamente la carrera hacia el área, cimbra un regate, el número 2 quedó enroscado entre sus piernas, los turulatos defensores no podían detenerlo, hizo una pared con el delantero centro y desde el borde del área grande clavó un cañonazo allí donde las arañas tejen sus nidos.
El arquero tumbado en la hierba, tomando Sol y el balón descansando en el fondo de la red.
¡Un espléndido golazo!
A la mañana siguiente el teléfono sonó en la casa de Alejandro.
“Alo”?- musito Anastaasia
Buenos días señora! Me presento ante usted, soy ........el técnico de primera división, y quería obsequiarle una gran noticia.
“Vengan rápido”-exclamó y solo le paso el teléfono a Alejandro, que acercando el tubo a su oído escucho.
“Su hijo está convocado al entrenamiento con el primer equipo”

Sin duda esa magistral jugada terminó de definir la desición del cuerpo técnico del equipo de primera división  y el sueño de Alejandro “Cañoncito” Lozano ya no lo compartia sólo con su almohada, la semana siguiente era turno de cambiarse en el vestuario del equipo primera división, en el mejor estadio y más brillante del condado.
El orgullo de Don Champa y Anastasia sobrepasaba las montañas, por fin, su crack, correría por el mejor césped del mundo, el que sus aperos cortaban y emparejan, en el que sus bártulos desmalezában y en el que sus manos diseñaban las más originales formas geométricas.
El esfuerzo y constancia de Don Champa, el trabajo de tantos años, empezó a florecer y su retoño, al fin era un jugador de primera división, con contrato fijo, premios por goles y campeonatos obtenidos y hasta una cláusula de rescisión inimaginable.Y por si fuera poco con su padre trabajando en “Precious Crystal”.
Durante el entrenamiento con el primer equipo, Alejandro “Cañoncito” Lozano realizó un pique corto en mitad de cancha en busca de la pelota, y la planta de su pie izquierdo quedó atornillado en el maldito único hueco del terreno, su rodilla no siguió la misma intención que su mente y sus lágrimas brotaron a borbotones. A partir de entonces, los médicos le dictaminaron seis meses de recuperación, seis interminables meses para poder volver a los entrenamientos, seis meses, fuera de las canchas.
Los días de Alejandro pasarón de la angustia al dolor, del llanto al sufrimiento, entre rogativas y clamores. Días nublados y noches eternas palideciendo en la clínica, pero tenía la certeza inexcusable que sin dolor nadie conseguía nada, había que sufrir para alcanzar las metas y Alejandro “Cañoncito” Lozano, que era muy pertinaz, enfrentó este transido de dolor.
Don Champa aquejado por estos colmos del destino, no pudo creer la mala suerte de la lesión, justamente en su cancha, esa pista de billar que era su orgullo y su meta, un auténtico “diseñador del corte” continuó sus labores en el césped del, con más afán que nunca era preciso entregar un campo de juego en perfectas condiciones para la prometedora vuelta de su hijo, muy profesional, cuidadoso y exigente.
No era que la culpa lo atormentaba por ese inimaginable huequito que afloro justo en el sector que pisó Alejandro.
La recuperación fue muchas mas rápida de la esperado y nuestro “crack” estaba a los órdenes del entrenador de primera.
Al cabo de cinco meses, luego de tanta espera, sufrimiento y ansiedad el debut del “Cañoncito”,estaba listo para pisar la magnífica cancha. Volvió con más energía que nunca, no perdió las mañas y sus piernas seguían con intocable potencia.
Durante los entrenamientos previo al clásico el técnico, arqueo las cejas, entre las pisadas, goles y asistencias que ejecutó Alejandro, éstas dejaron pasmados y con una gran sonrisas al cuerpo técnico que lo incluyó en el equipo titular.
.....
Día domingo, el sol brillaba como la piel de una foca y la bulla descendía como la marea hacia las costas del estadio.La cancha poseía un acabado en unas perfectas franjas anchas intercaladas entre un verde esmeralda y un verde lima, esperando la pisada del “Cañoncito”.
El estadio desbordaba de simpatizantes que hervían de algarabía, apeñuscados en las gradas, colgadas de los alambres, subidos al paravalancha y mugiendo como vacas, sobretodo, en un partido clásico, el derby entre los dos más potentes planteles del país, hacía su debut el Alejandro “Cañoncito” Loooo-zaaa-daaaaaa”, que con una mueca brillosa como un sol veraniego, salió nuevamente con la casaca del “Precious Crystal”,ante la ovación bienvenida.
Su corazón palpitaba de emoción, sus padres con gigantes hoyuelos en las comisuras gozaban del espectáculo desde el palco principal.A su lado izquierdo de galera y bastón el presidente del club.
En su primer contacto con el balón, no dudo y encaró hacia la portería, sacudiéndose rivales como moscas y saltando piernas como si fuesen floreros.Apenas entró al área grande y  fulminó al arquero.
Don Champa y Anastasia se levantaron de su butaca al unísono y un éxtasis de algarabía gritaron la palabra más ansiada por los hinchas-Goooooooooooooollllll, flor de golazo. Ante la potencia del latigazo, Alejandro hace un medio giro, y cayó desgarbado al suelo, sus piernas quedaron inclinadas sobre el terreno de juego y su luminosa mirada perdida hacia la tribuna local.2,6,8 segundos transcurrieron y Alejandro quedo inmóvil sobre la hierba, en el estadio se escuchó un silencio atroz como de cementerio, la gente contuvo la respiración y Alejandro ya no respiraba, su corazón no latía.Todo se esfumó como un sueño.
Su deceso fue asaz doloroso.
En ese mismo sitio donde cayó Alejandro, una flor crecía cada mes, pero no una flor cualquiera, una hermosa flor diferente florecía en el área grande cada Domingo frente a la barra local, esta misma era recortada con la calidez de Don Champa y llevada a la rutilante tumba de Alejandro, un sepulcro rodeado de pelotas, reliquias, cartas que los fanáticos depositaban en sobre el sepulcro.
Sobre su lecho de muerte figuraban las flores más bonitas que jamás habían visto y, curiosamente, inmarcesibles.

Idea sacada de uno de los relatos del libro "Relatos para amantes de los libros" en la que en uno de los cuentos,el protagonista podría escribir una historia sobre” el cuidador del césped o la hierba crece” que trataría sobre un hombre que trabajar durante años la hierba del campo universitario de futbol y que cría a su hijo para que vaya a la universidad y juegue al fútbol allí-Entonces el hijo moriría siendo joven y el hombre pasaría a trabajar en el cementerio,donde pondría césped por encima de su hijo en vez de bajo sus pies.

#cesped #flores #fútbol

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