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Mustafa y los visitantes (4)

Sentado sobre el gastado banco del Arcano Maydan,esperaba Mustafa.
Él no tiene nada que ver con esta historia,él es solo el protagonista.

Fue en el día de la epifanía.
Una noche estrellada que hay que salir con abrigo, bufanda y guantes.
Aún el Sol no quería nacer. El cielo estaba lúgubre y parecía que las nubes querían acariciar las palmeras
Mustafa roncaba como una locomotora entre el campo de girasoles con una especie de caja de relicario rutilante entre sus encengados brazos.Un recuerdo que le regalo Inti y Selene.
“brrrrruuuuuu!”
El barritar de un elefante despertó a nuestro héroe y sacudió su improvisada manta de falso almidón.
En la esquina oriental del jardín secreto había un elefante, un camello y caballo, al divisarlos arrojó furiosamente su manta, sus pobladas cejas se elevaron y con el cuello contraído, emprendió la inusitada retirada.
Huyó como una comadreja.
Corrió como hacen los conejos cojos, paralelo al río de la sed, atravesando de manera diagonal la calle melancólica y saltando las vías del tren tapadas por el polvo y el pajonal.
Raras veces se lo veía a Mustafa por las calles,(salvo en los días en que se subastaban libros raros y curiosos.)
Con el corazón encogido y los labios temblorosos como un flan mal hecho entró en el callejón de los milagros.
Se sentó en cuclillas en la esquina, espero y confío.
¡Qué espanto.Calamidad del señor!
¿Pero qué es lo que pretenden estos mártires holgazanes, seculares filibusteros, absurdos lacayos?-dijo Mustafa con estertor
La llegada a nuestra medina de aquellas tres personas, en las circunstancias de aquel momento, en que eran muy poco lo que se aventuraban a viajar por estos pagos, resultaba, mínimamente sospechoso.
Uno de ellos tan venerable como una abeja,(era creíble que pueda ahogarse en su propia miel),utilizaba un anteojo monocromo.Tenía la mirada de un encantador de cobras o de un astrónomo nacido entre los trópicos, pero era un glorioso citarista, de aquellos que pagan sus deudas de emoción ante el paisaje con música.
Tenía más oro en el cuello y las muñecas que polvo en el desierto, pero con una mirada acuosa y una pisada que hizo estremecer los oasis.Se llamaba Nubio.
El segundo, Kumush enroscado en una especie de alfombra, con bombachos pantalones de colores y bigotes estilo tycoon, era delgado como un palo borracho con su barriga bebedora y de piel herrumbrosa, tenía la mirada oscuramente luminosa, cuentan que no tiene la edad que aparenta a pesar de su constitución enjuta, arrugada y canosa. Era el responsable del eco del barritar.
A su costado izquierdo un moreno, Kumpañilwe le decían, pelo azabache con trenzas, mas enano que el anterior pero con los músculos que 40 babuinos, gorjeaba como un cuervo.Su destreza, el domamiento de caballos.
Mustafa estaba inmóvil acurrucado en el rincón, ni siquiera pestañeaba.
Los  tres llegaron al callejón de los milagros con unos rayos incandescentes con unos enseres colgando en sus hombros.
Nubio introdújo su mano en la bolsa, y le regaló un lingote de mármol de melodías, Kumush inmediatamente le entregó un haz de luz, y Kumpañilve un infinito m2 de helio.
Este feo, orate, sucio, perdido y desprolijo ser humano abrió su enigmática relicario retiro el dolor y el miedo, y colocó suavemente el mármol, apoyó la luz sobre este y le soplo el helio encima, provocando tres inmensas campanadas de cristal que subieron al celeste, para resplandecer en el firmamento por la eternidad.

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