1. Lo que pasa con el gran lárico es que nació muerto de sed
y no la ha saciado,
ni aun muriéndose la ha saciado, ni aun yéndose
barranco abajo en Valparaíso este lunes, ni aun así
la ha saciado
dipso y mágico hasta el fin entre los últimos
alerces que nos van quedando, —¡yo
también soy alerce y sé lo que digo!—: lo que nos pasa con este Jorge
Teillier es que ha muerto.
2. Y yo aquí sin nadie, vagamundo sin él, en el carrusel
de la Puerta del Sol, vacío
entre el gentío, errando
por error, andando—llorando
como habrá que llorar hombremente en seco —la pena
araucana al fondo—a un metro
del mentidero de Madrid bajando
por la calle del Arenal a la siga de Quevedo
que algo supo de la peripecia
del perdedor, y algo y algo
de las medulas que han gloriosamente ardido.
3. Ay, polvo enamorado, ya este loco habrá
entrado en la eternidad de su alcohol
que era como su niñez, ya habrá bebido
otra vez sangre de cordero bajo la lluvia
a cántaros de Lautaro que fue su reino de rey
por parición y aparición, ya Lihn
le habrá llenado la copa, ya Esenín
le habrá abierto la puerta alta al gran despiadado
de sí mismo. Aquí le dejo
mi pacto que no firmamos a tiempo, la danza
de Isadora le dejo, el beso,
la risa fresca de Mafalda que no está, la
figura de lo instantáneo
de la que pende el Mundo.