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El sentido de mi vida

Por Daniel

Juego yo con la idea de haber encontrado el sentido de mi vida, eso me hace feliz. Aportar a mi comunidad, convivir y disfrutar, estar unida a otros, colaborar, compartir, sufrir y ayudar, luchar y descansar, comer y digerir, servir y requerir, esperar y confiar, mirar y acariciar, dar otra oportunidad. Ser manada, bandada, cardumen, piara, rebaño, tropilla, jauría, lo que haga falta, lo que impongan las circunstancias. Descansar y volver a comenzar, reuniendo lo útil de lo que quede para intentarlo una vez más.

Y no es tan noble como parece, que no es cualquiera integrante del grupo que me mece. Que escojo mucho por quién lucharé, me tomo tiempo para estudiar a la gente, para saber si voy a hacer piña con ellos, para permitirles entrar en mis desvelos. Pero una vez que entran en mi circulo personal, como una bendición maldita les hundo en la protección de mi bondad. Y me obligo a observar y a callar. A decir y celebrar. A gritar cuando no puedo más, arriesgándolo todo ante la imposibilidad de permanecer impasible ante lo que evalúo puede dañar. Y es una promesa tácita la caricia continua de atención ignorada, dedicada a buscar ese, su bienestar. Teniendo siempre muy claro que ese bienestar no lo decido yo, no lo escojo yo, lo hace cada uno, cada individuo, cada comunidad, cada ente ejerciendo su libertad. Mi tarea es ayudarles a mantenerse en la vereda que ellos mismos han definido como el camino que quieren recorrer. Y acercarles frutos, mantos, agua, quitar piedras y rastrojos, dejar a un lado los enojos y disfrutar verles recorrer, lo que querían, lo que soñaban, lo que anhelaban, lo que se atrevieron a firmar sobre el papel de su contrato con la vida, tal y como querían ante una imagen del espejo sostener.

Y este sentido de la vida es congruente con mi edad y con el que la adecuación biológica me habrá impuesto, grabado en los genes, miles de miles de años... contra eso no voy a luchar. Seguramente de allí nace. Mi conciencia me permite acercarme y disfrutarle, poniendo otro nivel de complejidad al que lleva inscrito ya. Y mil destierros a las mentiras forjadas por las justificaciones autoimpuestas desfilan en los anales de las luchas entre los egoísmos y la quizás acaso existente verdad. Pero no por ello lo voy a dejar. Intentaré ser certera y mentiré. En el proceso, la perfección es el norte, más no el lugar en el que me encuentro. Eso lo sé. Y no me despeina esta verdad. Que tengo claro que si algo quiero es luchar. Contra lo que toque, contra lo que venga. Hasta las caídas y las derrotas que te dejan derrengado y olvidado de ti mismo, quizás hasta de los demás, forman parte del devenir que tiene lugar y que te lleva a hacer un camino mientras acompañas, mientras sientes en el aire los olores de cada etapa.

Como si hiciera falta un sentido para existir. Como si no viniese dado en automático, sin que fuese necesaria la conciencia de ello para funcionar y proseguir. Teniendo claro que quiero ser una más, ni más ni menos que los otros, una de la tropa. Ora delante, ora detrás, lo más que pueda en medio del grupo, que es donde más protegida me voy a encontrar.

Hay mil razones por las que alguien, sin saberlo, se convierte en objeto de mi manto de terciopelo azul, lleno de nubes esponjosas y estrellas brillantes. Manto de cielo que se adapta a la temperatura, vale igual en gélido invierno que en cálido exponerte al sol, vale igual cuando estás de fiesta y disfrutas del alcohol a cuando no paras de llorar por haber perdido lo que no puedes reponer. Vale para afrontar lo que sea. Manto utilitario que lo único que no quiere es ahogar.

Y siendo yo alguien que ha disfrutado largamente el placer solitario del ver y proponer y decidir que es lo que creo y en lo que estoy dispuesta a arriesgar. En este momento de mi vida no hay placer comparable a hacer grupo con la gente en la que puedo creer. Con quién tiene algo encomiable, admirable, responsable a mis ojos de dedicación especial. Algo que, aunque no sepa bien definir, pueda hacer necesario, si llegase el caso extraordinario, por esa persona realizar el sacrificio máximo del que me vea capaz.

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