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Abismo

Abismo abierto, oscuro y negro, vacío de luz, sin color, en el que me noto cayendo justo después de decidir, que para olvidarte lo primero que te otorgo es el perdón. Descubrir ya no amarte fue una bofetada ardiente y dura, gestada en tu mirada y en mi gélida desazón, que me hizo mirar al suelo y notar como las losetas claras se transformaban, sin tener que dar ni un paso, convirtiéndose en el vacío en el que ahora estoy.

Comienzo la caída, rápida, fluida, sin control, dejando atrás con mis ojos cerrados la última imagen de nuestros recuerdos, nuestra pradera seca y agostada, ahora sin flores, ni pájaros, ningún animal, seco el riachuelo, demolida la cabaña. Solo hay allí dos árboles rotundos campando por su imperio. Se siente una inmensa soledad, amalgamada de tu vida y la mía en toda su bondad.

Saltan mis lágrimas humedeciendo las paredes del acantilado que envuelve el abismo, cubriéndose a mi paso de musgo de ilusión y de deseos de que esto no vaya a más. Y me revuelvo y retuerzo mi cuerpo, cayendo antes los brazos, las piernas, el pecho, llegando a no respirar, que el viento en mi rostro y mis entrañas se hace golpe continuo, suspendiendo la actividad de mi fluir y mi soñar.

Y apretando todo lo que puedo, me concentro en la idea de que puedo remontar, de que puedo volver a amarte, de que puedo volver a encontrar al ser ideal que me llevó a cambiarlo todo por besos y por esos sueños que compartíamos, de los que nunca llegamos a hablar. Sólo tengo que transformarme en ángel, sacar mis alas y echar a volar hacia arriba, hacia la luz de tu calor. Una remontada de esta caída monstruosa sería gloriosa, creo que sólo la tengo que desear. Creo que puedo reconstruir el castillo derruido de mi amor y atraerte con cánticos y sonrojos a la habitación de nuestra pasión. Pero la última de tus miradas, mi ominosa maldad y la certeza de lo helado de este corazón, quiebran el intento vano, retorciéndome con desgano, desplomándome ya sin luchar.

Y entre el viento, las lágrimas evaporadas, la perdida de sensación corporal, voy quedándome sin identidad y mutando a intenso dolor. Ya solo hay caída, frío, miedo, temblor, sueños rotos que se quiebran, como cristal dentro de mi memoria, dejándolo todo cubierto de fragmentos de herir y sangrar. Es inevitable seguir cayendo, sólo me atrevo ya a desear estrellarme contra un suelo agrio y duro, que rompa a una voz lo que es engaño puro de esperanza de que haya para mí un buen adiós.

A toda velocidad aparecen ante mi la sucesión de sin razones cubiertas de orgullo y dignidad que alejaron a este abismo oscuro lo que antes eran risas e ilusiones de verdad. Caigo, giro, roto, pierdo peso en la derrota y me estrello sin chocar, que lo que tenía ya lo he perdido con el roce y el desgaste de esa caída maldita en un éter que se siente al inhalar. De a una evoco el estallido de tu primer mirar, con un vacío que se expande dentro de un pecho que ya no sabe llorar.

Ahora, en medio de jadeos despierto, atmósfera ambigua y limpia, de nubes estoy cubierta, me siento bañada en el sopor de las abyectas sensaciones que te deja el desamor.
Noto mi cuerpo desnudo, llevándolo con orgullo y palpo estas heridas que sangran, tiñendo mis escudos. Voy dejando rastro carmesí goteante de dolor, que se escapa por mis pies y mis ojos, marcando huellas con símbolos de runas del aquí no hay dios.

Como único elemento siento llevar, dos colgantes al cuello que acompañan mi soledad, uno, con frasco muy pequeño, de tornasolado metal, guarda el ungüento veneno que servirá para curar las futuras heridas de algún sueño, nueva ilusión, en los que se enrede cualquier intento de amar. De un gesto claro y certero, sin pestañear, decido vaciar en mis labios el contenido del frasco y con magia perversa, el otro colgante crece y gana la partida. Es un reloj brillante y hermoso que lleva la cuenta de mis latidos hacia atrás, deshaciendo lo vivido, dirigiéndolo todo en la aparente dirección del instante justo antes de haber nacido este dolor. Pero llega allí y extraviado sigue el reloj buscando y negándolo todo, arrastrando los compases, hasta alcanzar mi llanto de recién nacida y avanzando aún más, reprimiendo la bocanada que giró el sentido de la realidad, con aquel primer angustioso respirar.

Una vez ya no he estado, ya no he sido, no te he visto, ni he vivido, he aniquilado la maldición. Y desgracia funesta, noto como a mis lados se abre el abismo oscuro sin color que está ahora dispuesto a atrapar otra alma, para deshacerla en el deseo de nunca haber sonreído, ni respirado, ni sentido la ilusión del amor.

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