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Jugar

Comencé a jugar con palabras. Los castillos se hicieron cristal, los narcisos añiles, los niños pensadores y mis mentiras verdad. Encontré ese aroma volátil y esquivo que había buscado con instrumentos precisos, como los que navegaban el mar. Libertad grata y escurridiza, cabes en mis manos ávidas de historias incrustadas en los bosques del silencio. Comencé a jugar con palabras. Y ya no supe parar.

Comenzamos a jugar con sangre. La respiración se hizo bolitas, el miedo éter, los dolores no duraron y los corazones latieron aún más. Encontramos respuestas en la imaginación de lo real. Inventamos tomógrafos, centrifugadoras y simulaciones para acariciar más despertares. El anhelo de lo inmortal se hizo intenso. Comenzamos a jugar con sangre. Lograremos el eterno y crearemos otras vidas.

Comenzamos a jugar con cohetes. La luna se hizo polvo, las estrellas se desnudaron y el sol se hizo mortal. Nos sentimos diminutos y se nos desgarraron las entrañas por buscar otro alguien a quién respetar. Satélites, estaciones, exploradores, listos para expandirnos. El miedo a lo recóndito no nos puede. Comenzamos a jugar con cohetes. Acercaremos el cielo y tropezaremos con otra inteligencia sideral.

Comenzamos a jugar con bits. Perforamos tarjetas Hollerith, nos sumergimos en ordenadores, enredamos direcciones naciendo una red global. Lo grande se hizo pequeño y lo lejano universal. Encontramos un nosotros diverso y quisimos parar la discriminación y la desigualdad. Ya casi llega la singularidad tecnológica, podemos dejar huellas en arenas aún no imaginadas. Comenzamos a jugar con bits. Y arriesgarlo todo a cada instante significa que aún hay tiempo para la equidad.

Comenzamos todos juntos, en el papel, en las cuevas, el espacio, en cualquier lugar. Y aunque seguimos a trompicones las huellas de quienes nos precedieron, las rompemos al pisarlas. Dibujamos laberintos de horizontes caleidoscópicos. Queremos escribir una historia sin final.

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Imagen de Taylor Vick en Unsplash

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