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España: poema en cuatro angustias y una esperanza

ANGUSTIA PRIMERA

 
   Miradas de metales y de rocas
 
   No Cortés, ni Pizarro
   (aztecas, incas, juntos halando el doble carro).
   Mejor sus hombres rudos
   saltando el tiempo. Aquí, con sus escudos.
   Aquí, con sus callosas, duras manos;
   remotos milicianos
   al pie aquí de nosotros,
   clavadas las espuelas en sus potros;
   aquí al fin con nosotros, lejanos milicianos,
   ardientes, cercanísimos hermanos.
 
   Los hierros tumultuosos
   de lanzas campeadoras;
   las espadas, que hundieron su punta en las auroras;
   las grises armaduras,
   los ingenuos arcabuces fogosos,
   los clavos y herraduras
   de las equinas finas patas conquistadoras;
   los cascos, las viseras,
   las gordas rodilleras,
   todo el viejo metal imperialista
   corre fundido en aguas quemadoras,
   donde soldado, obrero, artista,
   las balas cogen para sus ametralladoras.
 
   No Cortés, ni Pizarro
   (incas, aztecas, juntos halando el doble carro).
   Mejor, sus hombres rudos
   saltando el tiempo. Aquí, con sus escudos.
 
   ¡Miradla, a España, rota!
   Y pájaros volando sobre ruinas,
   y el fachismo y su bota,
   y faroles sin luz en las esquinas,
   y los puños en alto,
   y los pechos despiertos,
   y obuses estallando en el asfalto
   sobre caballos ya definitivamente muertos;
   y lágrimas marinas,
   saladas, curvas, chocando contra todos los puertos;
   y gritos que se asoman a las bocas
   y a los ojos coléricos, abiertos, bien abiertos,
   miradas de metales y de rocas.
 

ANGUSTIA SEGUNDA

 
  Tus venas, la raíz de nuestros árboles
 
  La raíz de mi árbol, retorcida;
  la raíz de mi árbol, de tu árbol,
  de todos nuestros árboles,
  bebiendo sangre, húmeda de sangre,
  la raíz de mi árbol, de tu árbol.
  Yo la siento,
  la raíz de mi árbol, de tu árbol,
  de todos nuestros árboles,
  la siento
  clavada en lo más hondo de mi tierra,
  clavada allí, clavada,
  arrastrándome y alzándome y hablándome,
  gritándome.
  La raíz de tu árbol, de mi árbol.
  En mi tierra, clavada,
  con clavos ya de hierro,
  de pólvora, de piedra,
  y floreciendo en lenguas ardorosas,
  y alimentando ramas donde colgar los pájaros cansados,
  y elevando sus venas, nuestras venas,
  tus venas, la raíz de nuestros árboles.
 

ANGUSTIA TERCERA

 
  Y mis huesos marchando en tus soldados
 
  La muerte disfrazada va de fraile.
  Con mi camisa trópico ceñida,
  pegada de sudor, mato mi baile,
  y corro tras la muerte por tu vida.
 
  Las dos sangres de ti que en mí se juntan,
  vuelven a ti, pues que de ti vinieron,
  y por tus llagas fúlgida, preguntan.
  Secos veré a los hombres que te hirieron.
 
  Contra cetro y corona y manto y sable,
  pueblo, contra sotana, y yo contigo,
  y con mi voz para que el pecho te hable.
  Yo, tu amigo, mi amigo; yo, tu amigo.
 
  En las montañas grises; por las sendas
  rojas; por los caminos desbocados,
  mi piel, en tiras, para hacerte vendas,
  y mis huesos marchando en tus soldados.
 

ANGUSTIA CUARTA

 
   Federico
 
  Toco a la puerta de un romance.
—¿No anda por aquí Federico?
  Un papagayo me contesta:
—Ha salido.
 
  Toco a una puerta de cristal.
—¿No anda por aquí Federico?
  Viene una mano y me señala:
—Está en el río.
 
  Toco a la puerta de un gitano.
—¿No anda por aquí Federico?
  Nadie responde, no habla nadie...
—¡Federico! ¡Federico!
 
  La casa oscura, vacía;
  negro musgo en las paredes;
  brocal de pozo sin cubo,
  jardín de lagartos verdes.
 
  Sobre la tierra mullida
  caracoles que se mueven,
  y el rojo viento de julio
  entre las ruinas, meciéndose.
 
  ¡Federico!
  ¿Dónde el gitano se muere?
  ¿Dónde sus ojos se enfrían?
  ¿Dónde estará, que no viene!
 
  (Una canción)
 
   Salió el domingo, de noche,
   salió el domingo, y no vuelve.
   Llevaba en la mano un lirio,
   llevaba en los ojos fiebre;
   el lirio se tornó sangre,
   la sangre tornóse muerte.
 
   (Momento en García Lorca)
 
   Soñaba Federico en nardo y cera,
   y aceituna y clavel y luna fría.
   Federico, Granada y Primavera.
 
   En afilada soledad dormía,
   al pie de sus ambiguos limoneros,
   echado musical junto a la vía.
 
   Alta la noche, ardiente de luceros,
   arrastraba su cola transparente
   por todos los caminos carreteros.
 
   “¡Federico!”, gritaron de repente,
   con las manos inmóviles, atadas,
   gitanos que pasaban lentamente.
 
   ¡Qué voz la de sus venas desangradas!
   ¡Qué ardor el de sus cuerpos ateridos!
   ¡Qué suaves sus pisadas, sus pisadas!
 
   Iban verdes, recién anochecidos;
   en el duro camino invertebrado
   caminaban descalzos los sentidos.
 
   Alzóse Federico, en luz bañado.
   Federico, Granada y Primavera.
   Y con luna y clavel y nardo y cera,
   los siguió por el monte perfumado.
 
 

LA VOZ ESPERANZADA

 
    Una canción alegre flota en la lejanía
 
    ¡Ardiendo, España, estás! Ardiendo
    con largas uñas rojas encendidas;
    a balas matricidas
    pecho, bronce oponiendo,
    y en ojo, boca, carne de traidores hundiendo
    las rojas uñas largas encendidas.
    Alta, de abajo vienes,
    a raíces volcánicas sujeta;
    lentos, azules cables con que tu voz sostienes,
    tu voz de abajo, fuerte, de pastor y poeta.
    Tus ráfagas, tus truenos, tus violentas
    gargantas se aglomeran en la oreja del mundo;
    con pétreo músculo violentas
    el candado que cierra las cosechas del mundo.
    Sales de ti; levantas
    la voz, y te levantas
    sangrienta, desangrada, enloquecida,
    y sobre la extensión enloquecida
    más pura te levantas, te levantas.
 
    Viéndote estoy las venas
    vaciarse, España, y siempre volver a quedar llenas;
    tus heridos risueños,
    tus muertos sepultados en parcelas de sueños;
    tus duros batallones,
    hechos de cantineros, muleros y peones.
 
    Yo,
    hijo de América,
    hijo de ti y de África,
    esclavo ayer de mayorales blancos dueños del látigo colérico;
    hoy esclavo de rojos yanquis azucareros y voraces;
    yo chapoteando en la oscura sangre en que se mojan mis
    Antillas;
    ahogado en el humo agriverde de los cañaverales;
    sepultado en el fango de todas las cárceles;
    cercado día y noche por insaciables bayonetas;
    perdido en las florestas ululantes de las islas crucificadas en la cruz del Trópico;
    yo, hijo de América,
    corro hacia ti, muero por ti.
    Yo, que amo la libertad con sencillez,
    como se ama a un niño, al sol, o al árbol plantado frente a nuestra casa;
    que tengo la voz coronada de ásperas selvas milenarias,
    y el corazón trepidante de tambores,
    y los ojos perdidos en el horizonte,
    y los dientes blancos, fuertes y sencillos para tronchar raíces
    y morder frutos elementales;
    y los labios carnosos y ardorosos
    para beber el agua de los ríos que me vieron nacer,
    y húmedo el torso por el sudor salado y fuerte
    de los jadeantes cargadores en los muelles,
    los picapedreros en las carreteras,
    los plantadores de café y los presos que trabajan desoladamente,
    inútilmente en los presidios sólo porque han querido dejar de ser fantasmas;
    yo os grito con voz de hombre libre que os acompañaré, camaradas;
    que iré marcando el paso con vosotros,
    simple y alegre,
    puro, tranquilo y fuerte,
    con mi cabeza crespa y mi cuerpo moreno,
    para cambiar unidos las cintas trepidantes de vuestras ametralladoras,
    y para arrastrarme, con el aliento suspendido,
    allí, junto a vosotros,
    allí donde ahora estáis, donde estaremos,
    fabricando bajo un cielo ardoroso agujereado por la metralla,
    otra vida sencilla y ancha,
    limpia, sencilla y ancha,
    alta, limpia, sencilla y ancha,
    sonora de nuestra voz inevitable.
 
    Con vosotros, brazos conquistadores
    ayer, y hoy ímpetu para desbaratar fronteras;
    manos para agarrar estrellas resplandecientes y remotas,
    para rasgar cielos estremecidos y profundos;
    para unir en un mazo las islas del Mar del Sur y las islas del Mar Caribe;
    para mezclar en una sola pasta hirviente la roca y el agua de todos los océanos;
    para pasear en alto, dorada por el sol de todos los amaneceres:
    para pasear en alto, alimentada por el sol de todos los meridianos,
    para pasear en alto, goteando sangre del ecuador y de los polos;
    para pasear en alto como una lengua que no calla, que nunca callará,
    para pasear en alto la bárbara, severa, roja, inmisericorde,
    calurosa, tempestuosa, ruidosa.
    ¡para pasear en alto la llama niveladora y, segadora de la Revolución!
    ¡Con vosotros, mulero, cantinero!
    ¡Contigo, sí, minero!
    ¡Con vosotros, andando,
    disparando, matando!
    ¡Eh, mulero, minero, cantinero,
    juntos aquí, cantando!
 
    (Una canción en coro)
 
    Todo el camino sabemos;
    están los rifles engrasados;
    están los brazos preparados;
    ¡Marchemos!
 
    Nada importa morir al cabo,
    pues morir no es tan gran suceso:
    ¡malo es ser libre y estar preso,
    malo, estar libre y ser esclavo!
 
    Hay quien muere sobre su lecho,
    doce meses agonizando,
    y otros hay que mueren cantando
    con diez balazos sobre el pecho.
 
    Todos el camino sabemos;
    están los rifles engrasados;
    están los brazos avisados:
    ¡Marchemos!
 
    Así hemos de ir andando,
    severamente andando, envueltos en el día
    que nace. Nuestros recios zapatos, resonando,
    dirán al bosque trémulo: “¡Es que el futuro pasa!”
    Nos perderemos a lo lejos... Se borrará la oscura masa
    de hombres, pero en el horizonte, todavía
    como en un sueño, se nos oirá la entera voz vibrando:
 
    ...El camino sabemos...
    ...Los rifles engrasados...
    ...Están los brazos avisados...
 
    ¡Y la canción alegre flotará como una nube sobre la roja lejanía!

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