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Rima XXVII

Despierta, tiemblo al mirarte;
dormida, me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo velo mientras tú duermes.
 
  Despierta, ríes, y al reír, tus labios
      inquietos me parecen
relámpagos de grana que serpean
     sobre un cielo de nieve.
 
  Dormida, los extremos de tu boca
      pliega sonrisa leve,
suave como el rastro luminoso
     que deja un sol que muere.
   —¡Duerme!
 
  Despierta, miras, y al mirar, tus ojos
     húmedos resplandeces
como la onda azul, en cuya cresta
     chispeando el sol hiere.
 
  Al través de tus párpados, dormida,
      tranquilo fulgor viertes,
cual derrama de luz templado rayo,
      lámpara transparente...
   —¡Duerme!
 
  Despierta, hablas, y al hablar, vibrantes
      tus palabras parecen
lluvia de perlas que en dorada copa
      se derrama a torrentes.
 
  Dormida, en el murmullo de tu aliento
      acompasado y tenue,
escucho yo un poema que mi alma
     enamorada entiende...
   —¡Duerme!
 
  Sobre el corazón la mano
me he puesto por que no suene
su latido y de la noche
turbe la calma solemne.
 
  De tu balcón las persianas
cerré ya por que no entre
el resplandor enojoso
de la aurora y te despierte...
   —¡Duerme!
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