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La puerta

¿Estás?
Lo sé, pero... ¿Dónde habías estado?
Estuve tocando aburrido aquella puerta, la tuya, la lejana en este día,
y no abriste; tal vez estabas peinándote en el espejo, exhaustivamente.
Cada detalle del ojo, mirándote, cada movimiento del labio, controlándote:
en fin, tu rostro absorto de ti.
Y yo claramente no me rendía. Todo un idiota. Te llamaba.
Te oía existir dentro. La lengua temblaba de tanto estar a la intemperie,
lo que quiere decir, de tanto estar expuesto al clima y al tiempo.
Comenzaba a llover, aunque hoy la tarde se ha aclarado como dando
un agotado esfuerzo antes de desaparecer—y ya puedes verme en todos
mis rostros para, luego, en pocos segundos, verme con sombras, verme
y dejar de verme...
 
En fin, he llamado y te he arrastrado hasta aquí.
Hay datos que quiero escupir con todo misterio:
existimos, crecemos, pensamos, resolvemos y
creamos problemas,
morimos.
Mira qué lejana aquella estrella,
qué cercana esta mosca.
Acá vos. Nosotros. Frente a frente, como en un espejo, el marco de la puerta
y estar hablando, leyendo, escuchando. El color blanco, el negro.
Las siluetas del mundo recortándose.
 
Te he llamado porque la soledad profundiza, pero no entretiene,
da espacio, lo que también es vacío.
Y estoy escribiendo en el tiempo,
corrigiendo mi final...
...mañana siempre estando solo....
Eso es recuerdo, y no respondes.

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