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Solo

Se encontraba solo.
Meses atrás, cuando aún no se había despedido de su familia, se sentía solo, pero no lo estaba. Hoy tiene de compañía su cama, un televisor al costado, su celular en el bolsillo, un pequeño espejo en el baño. Lee un libro; luego de una larga conversación consigo mismo, descubre que aún no ha dicho una palabra. Dice: “estoy solo”. Tiene razón. La habitación silenciosa no devuelve el eco de esa frase. Toma el control remoto, reproduce música en el televisor.
Duerme.

Despierta. Se abre paso, como la concisa realidad luego del fin de una novela, el silencio de su hogar. Toma el celular, habla con perfiles en línea. Tras largas y cortas pausas entre los mensajes, los mensajes llegan a su fin. Se encuentra solo otra vez, pero sabe que nunca dejó de estarlo. Se prepara un café, lo saborea, come una, dos medialunas. Ve las migas y la taza vacía.

Sale a la calle; la noche, con una dureza de hielo, le interrumpe el paso. Trata de deslizarse en el agresivo ambiente silbando una canción que no puede cantar; el nudo en la garganta comienza a apretarse con más fuerza. Siente en su bolsillo que la batería del celular se agota.

Cruza a personas, no lo miran. Espera el colectivo.
Sube. Llega a su destino. Toma el tren, llega a su destino. El subte; llega no sabe dónde, pero llega.

Realmente no tenía un lugar donde quedarse sin querer irse. Camina entre bares y griterío. El bullicio lo evidencia como una burbuja en el aire: está solo. Entre paso y paso, llega a una calle peligrosa. Teme que lo asalten, le quiten sus pocas pertenencias...
No sucede. Nada sucede. Como si su día fuera un círculo, llega de nuevo a su solitario hogar, se acuesta en su solitaria cama, duerme en el silencio que nadie podrá interrumpir con él. Despierta. Va al baño. Mea.  Ve en su espejo un rostro que no reconoce. No carga su celular. No enciende el televisor. Tira su almohada a la basura. Al día siguiente rompe el espejo.

Sale a la calle, esta vez de día, pero no hay diferencia alguna. Vuelve a su soledad. Se encuentra solo. Se siente solo, aunque poco a poco siente que ya no siente. Pasan los días. Pasan las semanas. Pasarán los meses, se acerca el fin de un nuevo año.

Dolor es todo lo que conoce. Se aprieta en la mañana bajo las sábanas como esperando que el sueño no lo libere, pero lo libera. Está solo, está muy solo. No hay nadie con él; él no quiere estar solo, pero lo está. Lo estará: la soledad ahora es el lugar más privado de sus fantasías. Enumera sus fantasías y todas se resumen en una: estar con alguien. Eso quiere decir, no estar solo. Pero la realidad es tan real como los restos del espejo en la basura, como su familia que ahora vive lejos y no lo llaman, como el cenicero lleno de cenizas, como los rostros de las personas que no conoce ni conocerá, como la oración, la obsesiva oración que lo arrastra al insomnio de noche y a la decepción por las mañanas:

–Estoy solo – dice, efectivamente, estando solo.

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