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¡Alma del Universo, Poesía!

Tu aliento vivifica, y semejante
Al soplo abrasador de los desiertos,
En su curso veloz todo lo inflama.
 
¡Feliz aquel que la celeste llama
Siente en su corazón! Ella le eleva
Al bien, a la virtud: ella a su vista
Hace que rían las confusas formas
Del gozo por venir: contra el torrente
Del infortunio bárbaro le escuda,
Haciéndole habitar entre los seres
De su creación: con alas encendidas
Osada le arma, y vuela
Al invisible mundo,
Y los misterios de su horror profundo
Á los hombres atónitos revela.
 
¡Sublime inspiración! ¡Oh! ¡Cuántas horas
De inefable deleite
Concediste benigna al pecho mío!
En las brillantes noches del estío
Grato es romper con la sonante prora,
Largo rastro de luz tras si dejando,
Del mar las ondas férvidas y oscuras:
Grato es trepar los montes elevados,
Ó a caballo volar por las llanuras.
Pero a mi alma fogosa es muy más grato
Dejarme arrebatar por tu torrente,
Y ornada en rayos la soberbia frente,
Escuchar tus oráculos divinos,
Y repetirlos; como en otro tiempo
De Apolo a la feliz sacerdotisa
Grecia muda escuchaba,
Y ella de sacro horror se estremecía,
Y el fatídico acento repetía
Del Dios abrasador que la agitaba.
 
Hay un genio, un espíritu de vida
Que llena el universo; él es quien vierte
En las bellas escenas de natura
Su gloria y majestad: él quien envuelve
Con su radioso manto a la hermosura,
Y da a sus ojos elocuente idioma,
Y música a su voz: e quien la presta
El hechizo funesto, irresistible,
Que embriaga y enloquece a los mortales
En su sonrisa y su mirar: él sopla
Del mármol yerto las dormidas formas,
Y las anima, si el cincel las hiere.
 
En el «Fedra», en «Tancredo» y en «Zoraida»
Nos despedaza el corazón: o blando
Con Anacreón y Tibulo y Meléndez
Del deleite amoroso nos inspira
La languidez dulcísima: o tronando
Nos arrebata en Pindaro y Herrera
Y el ilustre Quintana, a las alturas
De la virtud sublime y de la gloria.
Por él Homero al furibundo Aquiles
Hace admirar, Torcuato a su Clorinda,
Y Milton, más que todos elevado,
Á su ángel fiero, de diamante armado.
 
Por do quiera este espíritu reside,
Mas invisible. Del etéreo cielo
Baja, y se manifiesta a los mortales
En la nocturna lluvia y en el trueno.
Allí le he visto yo: tal vez sereno
Vaga en la luz del sol, cuando éste inunda
Al cielo, tierra y mar en olas de oro;
De la música tiembla en el acento:
Ama la soledad: escucha atento
De las aguas con furia despeñadas
El tremendo fragor. Por el desierto
Los vagabundos árabes conduce,
Soplando entre sus pechos agitados
Un sentimiento grande, indefinido,
De agreste libertad. En las montañas
Se sienta con placer, o de su cumbre
Baja, y se mira del Océano inmóvil
En el hondo cristal, o con sus gritos
Anima las borrascas. Si la noche
Tiende su puro y centellante velo,
En la alta popa reclinado inspira
Al que estático mira
Abajo el mar, sobre su frente el cielo.
 
Es el ansia de gloria noble y bella:
Yo de su lauro en el amor palpito,
Y quisiera en el mundo que hoy habito
De mi paso dejar profunda huella.
De tu favor, espíritu divino,
Puedo esperarlo, que tu aliento ardiente
Vive eterno, y da vida; los mortales
A quienes genio dispensó el destino
Ansiosos corren a la sacra fuente
Que tu fogosa inspiración recibe.
El mundo a sus afanes apercibe
Indigno galardón. Cuando los cubre
Vestidura mortal, vagan oscuros
Entre indigencia y menosprecio: acaso
De sacrilega mofa son objeto:
Al cabo mueren y sus almas tornan
A la fuente de luz de que salieron,
Y entonces a despecho de la envidia,
Un estéril laurel brota en sus tumbas.
Brota, crece, y ampara las cenizas
Con su sombra inmortal: pero no enseña
A los hombres justicia, y cada siglo
Ve repetir el drama lamentable,
Sin piedad ni rubor. ¡Divino Homero,
Milton sublime, Taso desdichado,
Vosotros lo diréis!
 
Empero el genio
Al infortunio arrostra: sus oídos
Halagan los aplausos que su canto
Recibirá feliz en las regiones
Del porvenir. Su gloria, su desgracia
Excitarán la dulce simpatía
En la posteridad de los crueles
Que a miseria y dolor le condenaron.
Desde la tumba reinará: las bellas
Con respeto y ternura suspirando,
Pronunciarán su nombre: ya centella
Á sus ojos la lágrima preciosa
Que arrancarán sus páginas ardientes
Á la sensible hermosa.
La ve, palpita, se enternece, y fuerte
De la cruel injusticia se consuela,
Y esperando su triunfo de la muerte,
Al seno del Criador gozoso vuela.
 
¡Dulcísima ilusión! ¿Quién ha podido
Defenderse de ti, si no ha nacido
Yerto como los mármoles y bronces?
¡Oh! ¡yo te abrazo con ardor! ¡Lo espero!...
Algunas efusiones de mi Musa
Me sobrevivirán, y mi sepulcro
No ha de guardarme entero.
Tal vez mi nombre, que el rencor proscribe,
Resonará de Cuba por los campos
De la fama veloz en la trompeta.
Al ver como su lienzo se animaba,
El Correggio exclamaba:
¡Yo también soy pintor!—¡Yo soy poeta!

(Diciembre de 1820)

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