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Muerte del toro

Al clavar de los dardos inflamados
Y agitación frenética del toro,
La multitud atónita se embebe,
Como en el circo la romana plebe
Atenta reprobaba o aplaudía
El gesto, el ademán y la mirada
Con que sobre la arena ensangrentada
El moribundo gladiador caía.
 
Suena el clarín, y del sangriento drama
Se abre el acto final, cuando a la arena
Desciende el matador, y al fiero bruto
Osado llama, y su furor provoca.
Él, arrojando espuma por la boca,
Con la vista devórale, y el suelo
Hiere con duro pie; su ardiente cola
Azota los ijares y bramando
Se precipita... El matador sereno
Ágil se esquiva, y el agudo estoque
Le esconde hasta la cruz dentro del seno.
 
Párase el toro, y su bramido expresa
Dolor, profunda rabia y agonía.
En vana lucha con la muerte impía,
Quiere vengarse aún; pero la fuerza
Con la caliente sangre, que derrama
En gruesos borbotones, le abandona,
Y entre el dolor frenético y la ira,
Vacila, cae, y rebramando expira.
 
Sin honor el cadáver arrastrado
En bárbaro triunfo: yertos, flojos,
Vagan los fuertes pies, turbios los ojos
En que ha un momento centellar se vía
Tal ardimiento, fuerza y energía,
Y por el polvo vil huye arrastrado
El cuello, que tal vez bajo el arado
Era de alguna rústica familia
Útil sostenedor.—En tanto el pueblo
Con tumulto alegrisirno celebra
Del gladiador estúpido la hazaña.
¡Espectáculo atroz, mengua de España!

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