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Ignacio María de Acosta y Guerra (Íñigo)

No es nuestro intento escribir una biografía de este distinguido escritor é inspirado poeta, ni tampoco un juicio crítico de sus obras, sino sólo dar á conocer los datos más importantes acerca de su vida, para evitar se repitan los numerosos errores que hemos visto consignados en varios libros y en artículos de periódicos literarios.

No es nuestro intento escribir una biografía de este distinguido escritor é inspirado poeta, ni tampoco un juicio crítico de sus obras, sino sólo dar á conocer los datos más importantes acerca de su vida, para evitar se repitan los numerosos errores que hemos visto consignados en varios libros y en artículos de periódicos literarios.

Acosta no nació en Matanzas, como repetidamente se ha dicho, sino en la ciudad de la Habana, el día 4 de Octubre de 1814, y brilló en la época más fecunda para Cuba en ilustres poetas y notables prosistas.

Recibió esmerada educación en el Colegio Seminario de San Carlos, donde hizo brillantes estudios de derecho, y en 1833, á los diezinueve años de edad, se trasladó con su padre y demás familia á la ciudad de Matanzas, donde continuó residiendo todo el resto de su vida. Allí se dedicó primero á la literatura, y después á la enseñanza superior, en la cual alcanzó gran distinción por su celo, constancia y excelentes métodos.

Como escritor, colaboró en la Guirnalda de Tolón, en La Aurora del Yumurí, de Matanzas, y en casi todos los periódicos de la localidad. En 1845, y bajo el título de Delicias del Corazón, publicó una colección de versos que fueron muy celebrados, y que confirmaron su ya fundada reputación de distinguido poeta; y en 1856, junto con Emilio Banchet, editó el Aguinaldo de Luisa Molina, noble y desinteresado esfuerzo que hicieron aquellos generosos amigos para aliviar la angustiosa situación de tan distinguida como desgraciada favorita de las Musas.

En la Habana colaboró en El Artista, Las Flores del Siglo, La Revista de la Habana, y en casi todos los periódicos literarios, hasta 1860, siendo siempre muy solicitadas y leídas sus composiciones, tanto por la dulzura de sus versos, cuanto por la belleza de sus descripciones de la naturaleza cubana: razón por la cual fue siempre favorito de las damas.

Como profesor, contribuyó al establecimiento y sostenimiento de los acreditados colegios "Santa Teresa" y "La Empresa", cerrado este último por disposición del Capitán General de la Isla de Cuba, por considerarlo peligroso para el orden público. También fundó el colegio "El Matancero", y fue profesor de distintos establecimientos de instrucción secundaria.

Como hombre público también se distinguió por su entusiasmo y celo en favor no solo de la enseñanza, sino de todo lo que pudiera coadyuvar al progreso del país en que nació. Desempeñó con tanta probidad como inteligencia los diferentes cargos para que fue sucesivamente nombrado, de Inspector y Juez Examinador de Instrucción Pública, Secretario del Tribunal de Comercio, y Pagador de Obras Públicas; así como también varios destinos privados, para los cuales su inteligencia y honradez le hicieron ser siempre solicitado.

Víctima de una penosa enfermedad, falleció el 24 de Febrero de 1871 en la misma querida ciudad de su adopción, en Matanzas, en cuyo cementerio descansan sus restos.

La fortuna nunca le sonrió, y limitado á los recursos que le proporcionaba su trabajo personal, murió dejando á sus hijos nada más que un nombre sin mancha y un ejemplo noble que imitar.

En el lecho de muerte, y convencido de cuán pronto tendría que abandonar la tierra, que para él había sido un verdadero valle de lágrimas, el moribundo poeta volvió los ojos al cielo, y dictó este soneto, que alcanzó grande y merecida popularidad:

   Muere el pobre... su losa funeraria
Queda entre el polvo del ingrato olvido,
Porque al pobre en la muerte le ha seguido
Como en la vida, la opinión contraria.
    Injusta y poderosa, su adversaria
Se complace en mirarle confundido.
En la vida brindándole un gemido,
Negándole en la muerte una plegaria.
    Tal es el hombre en su viciado gusto,
Y tal la ley que señorea al suelo...
El hombre, siempre con el hombre injusto!
    Mas queda al bueno el celestial consuelo
Que si la tierra se la niega al justo,
No por ser pobre se le niega el cielo.

Diseminadas sus poesías en efímeros periódicos, un hermano del desgraciado Íñigo (Ricardo Acosta), residente en New York, ha resuelto publicar esta colección de las composiciones que ha podido recoger, tanto con el objeto de perpetuar la memoria de su desgraciado hermano, cuanto por hacer un servicio á la literatura cubana, salvándolas del olvido. Desgraciadamente, sólo malas copias manuscritas ha podido encontrar de la mayor parte de estas poesías; así es que hoy salen á la luz sin haber sido escogidas, y ni aun siquiera debidamente corregidas por su autor.

Referencias

Copiado textualment de “Poesías de Ignacio María de Acosta (Iñigo), New York, 1893”.




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