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Permíteme preguntarte

Y el mío qué,  Paul Eluard?
O acaso la brisa que pega sobre mi rostro
vale como caricia?
O las gotas de sudor
y de lluvia
cuando resbalan
mojando mi cara?
O quizás las lágrimas
que suavemente se deslizan por mis mejillas?
O tal vez los rayos del Sol que tornan sobre mi faz
en las mañanas del verano soleadas, también aplican?
Porque por lo demás no hay
ninguna mano femenina
ni de novia, ni de amante, ni de amiga
haciendo realidad tu enunciado
de que cada rostro tendrá derecho
a las caricias.

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