A mi perra, que murió en agosto de 2018, mi alma es un parque que se expande cuando ella corre.
A mi primer recuerdo en el suelo de una habitación de la casa.
A la primera vez que vi unas bragas en parvulitos.
A los días lentos de lluvia en una urbanización de Madrid extrarradio.
A mi primer amigo del colegio en 1981, que cuando regresé de la hepatitis ya no me recordaba.
A las vacaciones de septiembre en un pueblo de Gandía, con el agua llena de algas, donde soñé contra el océano.
A mi primer walkman, en el que aún sigo escondido.
Al día en el que empecé a fumar en un campamento de verano.
A una chica profunda y oscura que me estuvo esperando en las fiestas, en agosto del 96, y no me atreví a decirle nada.
Al 14 de mayo del 77, el día en que nací, el mismo día en el que se firmó el primer tratado con extraterrestres en Nuevo México.