APRENDÍ A CALLAR
A sonreír cuando era absolutamente necesario. A correr. A no sentir. A amar sin que se note. A comer sin placer. A olvidar pronto. A vivir solo. A pensar en los demás para no pensar en uno mismo y a rezar para no desesperarme. Porque a veces (aún a pesar de todo) a uno le entran ganas de vivir y como el monstruo sigue firme a nuestro lado, no nos queda más remedio que recurrir a la oración, al maratonismo y al silencio para seguir huyendo y temiendo; para no pensar que algún día las cosas puedan ser de otra manera.
(1982)