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Calavera de Nestlé

Calavera del momento,
de reclamos y cariños,
te voy a contar un cuento
de tus amores, los niños.
 
Este era un rey, no, corrijo,
no rey: era boticario,
que tenía un destino fijo
y a él dedicaba su horario.
 
Resulta que en esos días,
por la industrialización,
las mamás sufrían sequías
para la amamantación.
 
Y los bebés, inocentes,
chillaban mañana y tarde
al sentir secas las fuentes,
y con hambre, Dios nos guarde.
 
Y el boticario aquel, Quique
Nestlé llamado, por cierto,
se estuvo aplique y aplique
a resolver el entuerto.
 
Y al fin pudo darle al clavo:
inventó un tipo de harina,
leche en polvo para el chavo,
que resultó cosa fina.
 
Y el tal Quique hizo su empresa,
y tanta leche produjo,
que hoy, por todo el mundo, esa
Lechera vierte su flujo.
 
Desde entonces, quién creyera,
las mamás con poca leche
tienen hijos de primera
sin que el hambre les aseche.
 
Calaca, toda la gente
la conoce, no te miento;
hoy lo vemos, es patente:
resultó bueno el invento.
 
Ya ves, aunque fue tardío,
te libraste de la pena
de recoger tanto crío,
que era toda una condena.
 
Y mira, solo un detalle,
la Nestlé, en trabajo diario
de venderse por la calle,
cumple un sesquicentenario.
 
Y si esta palabra suena
como la empresa, longeva,
te diré, si será buena:
ciento cincuenta años lleva.

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