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Confieso

 
Confesaré que fui feliz de niño;
que fueron para mí todas las calles
y todo el campo tuve para el juego.
Tenía un Dios al que contar las penas
y todo el sol caliente de verano,
y unos padres que obraban el milagro
cotidiano de panes y de peces
para sacar sus hijos adelante.
Y tuve el gozo de mirar las tardes
con mi trozo de pan y chocolate
—meriendas añoradas de la infancia—
Tuve una escuela que me abría el mundo,
un maestro me dio ríos y estrellas
y me contó de héroes y villanos
y guardé en mi cartera las batallas
los números, las letras, los guerreros
y el bálsamo sutil de la poesía.
De niño fui feliz, os lo confieso;
Por eso pulso ahora mi memoria
como antídoto eficaz de la tristeza.

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