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Poema 12. Oigo como jadea

Oigo como jadea                                                                
con la disnea del agonizante, del sobremuriente.
Espera a que tú llegues
y me digas, “te amo”.
Conservo aquí los cielos que viajaron conmigo
grises torcaces de Bretaña, cobaltos de provenza,
índigos de Castilla.
Sólo tú eres capaz de devolverles
la transparencia, la luminosidad
y la palpitación que los hacían únicos.
Aquí están aguardándote.
Quiero oírte decir, Cordelia, “te amo”.
Son las mismas palabras que salieron
de labios de Regania y Gonerila,
no de su corazón. Más tarde
se deshicieron de mis caballeros,
hijos del huracán, bravucones, borrachos,
lascivos, pendencieros... regresaron
al silencio y la nada.
La niebla disolvió sus armaduras,
sus yelmos, sus escudos cincelados,
aquel hervor y desvarío
de águilas, quimeras, unicornios,
cisnes, delfines, grifos...
¿Por qué reino cabalgan hoy sus sombras?
Mi reino por un “te amo”, sangrándote en la boca.
Mi eternidad por sólo dos palabras.
Susúrralas o cántalas sobre un fondo real
—agua de manantial sobre los guijos,
saetas que desgarran con su zumbido el aire—
así la realidad hará que sean reales
las palabras que nunca pronunciaste!—
y que ultra suenan en un punto
del tiempo y del espacio
del que tengo que rescatarlas
antes de que me vaya.
Ven a decirme “te amo”:
no me importa que duren tus palabras
lo que la humedad de una lágrima
sobre una seda ajada.
En esta paz reconstruida
—sé que es tan sólo un decorado—represento
mi papel; es decir, finjo,
porque ya he despertado.
Preferido o celebrado por...
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