El Artorias está maldito... o algo más o menos así.
Condenado a encarar batalla con el lastre de tener su brazo inerte y atrofiado, dicen que de tanta “chaqueta”.

El caminante del abismo logró lo que ninguno, más que por afán, por necesidad.
Sorteando como inconscientemente pudo la periferia última que sobrepasa el padecer de la pobreza o la miseria misma: “The Brink of The Abyss”, diría Gojira.
Esa frontera invisible, pero bien presente, hecha del vaho mágico que separa ese último gesto, dice Homero Manzi, que el desesperado entrega frente el paisaje final e instantáneo de la demencia.

Existen en el mundo aquellos seres quienes, en un intento de ser “conscientes de sí mismos”, llegan a la realización de que, en general, se llevan mejor con los perros que con los de su propia especie.
Lo curioso es que si bien esto lo saben... aunque lo dominen perfectamente... rara vez entienden por qué carajos es que son así. Pues el Artorias es justamente así.