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Ella, él, los dos

Ella

 
El cabello desceñido,
Por las mejillas el llanto,
En su angustiado quebranto
Es el angel del dolor.
Sobre el lecho de la muerte
El triste poeta gime,
La ardiente fiebre le oprime
Con fuego devorador.
 
Jóven, lleno de ilusiones
En su primavera espira,
Él por sus sueños delira,
Y ella delira por él.
¡Se muere!... y por solo alivio
De eterno dolor profundo,
Quedará sola en el mundo
Con un recuerdo de hiel.
 
Fueron sus ojos azules,
Fueron sus lábios de rosa,
Su sonrisa voluptuosa,
Su mirada angelical;
Ahora es una azuzena
Sin frescura y sin aroma,
Una palma que desploma
El revuelto vendabál.
 

Él

 
“—Oíste? ¿No fue el viento
Que murmuró tu nombre?
Era la voz de un hombre,
Era un odioso acento.
 
Acércate ¡alma mía!
He visto ya la muerte,
Ah! necesito verte...
Acércate María!...
 
Aparta de mi mente
Las sombras del delirio,
Consuma mi martirio
Ó Dios Omnipotente!
 
¡Angel mío! ¡María!... aquí, en mi frente
Siento un ardor horrible que me acaba;
¡Es de un volcán la abrasadora lava,
Es de fuego un torrente!
 
¿Me huistes ¡oh María!
Cual un fantasma vano?
Tu delicada mano
Tocar me parecía.
 
Creí sentir la seda
De tu cendal ligero...
María... ¡á Dios!... yo muero
María... ¡en paz te queda!
No—yo quisiera ahora
La calma de un momento...
Uno solo... ¡oh tormento!
Tan solo sí una hora...”
 
¡Tan jóven ¡ay!—la voluptuosa aurora
No ví mas de la vida... y á la oscura
Tumba bajar!... sin tí, sin tu hermosura,
María encantador!
 
¡Tan jóven y perderte!
Ahora que la vida me halagaba,
Cuando mi gloria ¡oh vírgen! empezaba,
Ir á dormir el sueño de la muerte!...
 
Ay, solo, abandonado
Deja la luz el mísero poeta...
Y su mente ambiciosa, vaga, inquieta
Irá á encerrar en el sepulcro helado!
 
¡Morir!... ¡oh nó, imposible!
¿Y mi lira? ¿Y mis versos?... ¿Y mi gloria?
¡Ni mi nombre siquiera en la memoria
De un solo vivo?... ¡Idea aborrecible!
 
¿Ni ella tampoco, ni ella
Viene á coger mi fúnebre suspiro?
¡Y me acabo! ¡y apenas ya respiro!
¿Y yo la amaba, y la llamé mi bella?
 
¡Amor mío! María,
Tú me amabas también: será el postrero,
Pon en mi labio un ósculo hechicero...
Tranquilo bajaré á la tumba fría!
 

Los Dos

 
En congojosa agonía
Al abandonar el mundo,
Con acento moribundo
Así el poeta decía.
 
Y en medio la fiebre ardiente
Por su bella demandaba,
Y su llanto derramaba
La bella sobre su frente.
 
¡Lanzó un suspiro!—¡Su boca
Guardará silencio eterno!
Tal vez con gemido interno
Un nombre adorado invoca.
 
EL lábio á su lábio unió
La desolada María...
¡Inútil!—la muerte impía
de su dolor se rió.

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