Y entonces recuerdo que
al lado de mí estabas cabizbajo
esperando jugar y jugar, molestando
rogando por mi atención.
Discúlpame los golpes y discúlpame los llantos
aquellos que se borraban con mi: “acepto”
“acepto jugar contigo, pero no llores si te gano”
pero los dos eramos adeptos
a fraternalmente extrañarnos.
Y gracias a ti puedo decir: “tengo hermano”
y no sentir soledad en muchos veranos
porque hemos llorado, hemos reído y cantado
y hemos puesto el mundo de cabeza y de lado.
Antes de morir voy a acordarme de tu:
“tío, tiíto, ya pues, hay que ir jugando”
y se derramará una lagrima de mi rostro
acompañado de un: “acepto, acepto jugar contigo”
“pero no llores si te gano”...