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Princesa Oscura

No fue el tiempo, creo que tampoco el momento para asimilarte como debería, si suficiente para que seamos un tiempo de oasis en plena adolescencia.
Tu oscuridad seductora, las mañanas de besos, los relativos cruzados de vereda, el caminar del brazo, la inocencia y la sangre.
Los ceniceros, el piano, y tu ropa siempre negra, simplemente adorábamos la muerte de la primavera.
Nos sorprendía el sol, ocultos en la terraza, nos acariciaban tierras, completas de penas y enojos.
Las medallas de plata, como péndulos furiosos en nuestros cuerpos, la llegada a la escuela, de la mano, como si hubiésemos amanecido juntos.
Recuerdo como me gustaba verte caer el pelo, imaginarte soñada en un templo de tiempo, las partituras tristes, como saltar desde un techo.
Miles de silabas errantes dichas por nuestro secreto, éramos dos mentes soportando el frio que nos traía el viento.
Una diosa oscura se apodero de tu cuerpo, los remedios de abrazos, eras mi Cleopatra caída, de oscuridades infinitas, apocalipsis soñados, cuando no importaba nada, solamente el beso.
En mi mente siempre, única y solemne, desafiante la vida entre tus cabellos, es tanto lo perfecto de esas mañanas que no me gana el olvido, todavía te siento, durmiendo mientras sueño que sueño.
Nuestra claridad oscura, un nombre en la pared, las despedidas con abrazos, ni más ni menos que una princesa oscura, con detalles en su cuerpo, que son, nada más que un recuerdo.

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