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Carta 3

Me hallo, me siento, cebo un mate, lo miro, lo sorbo despacito y tomo el lápiz,  lo levanto y lo nivelo como si fuese un pequeño mástil, un diminuto palo mayor sobre el papel  sin trinquete ni mesana, y un momento después ya siento tu brisa, ese viento suave y cálido que llena la velas de mi pensamiento y me empuja, me lleva a un país fantástico donde todo es sueño como en aquella isla misteriosa de Jules, dónde conviven cosas imposibles, donde los colibríes y las abejas van de aquí a allá en bandadas enormes escribiendo y describiendo en el aire las palabras nuestras, refractando colores nunca vistos en el aire, en la selva, en el alma . Ana mía; yo, habitante de tierra adentro, voy aprendiendo el oficio de navegante, de andar en estos causes de letras a sabiendas de los peligros y las carencias, de las desazones y la ausencia, pero con la certeza de que allá me esperan tu ojos como amables puertos, el cobijo de tu corazón tan bello, y la esperanza de que un día sean tus brazos los que me reciban y juntos quemar las naves .
Cosa muy singular que siendo ajeno al mar vuelva a poner la navegación como medio de transporte de mis sentimientos hacia ti, no voy a sacar conclusiones al respecto, solo cerrar los ojos para sentir mejor la brisa en el rostro.

Hasta el cielo.

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