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URÓBOROS

¡Qué clamor el del gentío!
¡Qué consciencia la de la masa!
Que más que objeto es sujeto,
consciente y bravío,
contestario y tenaz,
de convicción contumaz
y fuerte como el caudal de un río.
 
¿Qué es este áureo nimbo
que rodea las cabezas
de cientos de trabajadores,
artesanos y campesinos,
obnubiladas por promesas
de labradores y gladiadores,
semillas de nuestro destino?
 
¿Qué es este extraño vaho,
febo, tórrido y refractario,
que sus cuerpos exhalan
cual llamarada destructora
que a los enemigos acaba,
digno, férreo y estentóreo?
 
¡Es el día de la ira!
No de Dios, sino de sus hijos,
que, cansados de la explotación,
armas tomaron y consumaron el hito.
 
Tomaron a la bestia, la degollaron.
Tomaron a los esbirros, los decapitaron.
A los sacerdotes destriparon
y a los Señores desahuciaron.
De sus haciendas se apropiaron
Y sus fábricas reorganizaron.
 
Y ya no se distingue ni cuándo fue.
Si en el invierno de hace cien años
o en el ayer, o en el mañana, o cuándo.
Porque siempre que se levantan
contra los que se ufanan de amos,
están presenten los mismos signos,
el mismo presagio, la misma mancha,
una libertad que termina ahogada
por un destino harto mezquino
de hombres y mujeres incapaces
de hacerle frente a sus designios.
 
¿Es este, condena de Dios, el camino de toda revolución?

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