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Fragmento XII

Ahogada por las sombras,
La tarde va a morir. Vagos lamentos
Vienen, de los lejanos horizontes,
A estrecharse en el aire entre los ceibos.
 
Espíritus errantes e invisibles,
Desde los cuatro vientos,
Desde el mar y las sierras, han venido
Con la suprema queja del desierto:
 
Con la voz de los llanos y corrientes,
De los bosques inmensos,
De las dulces colinas uruguayas,
En que una raza dispersó sus huesos;
 
Voz de un mundo vacío que resuena;
Raro acorde, compuesto
De lejanos cantares o tumultos,
De alaridos, y lágrimas, y ruegos.
 
El sol entre los árboles
Ha dejado su adiós más lastimero,
Triste como la última mirada
De una virgen que fuere sonriendo.
 
Cuelgan, entre los árboles del bosque,
Largos crespones negros;
Cuelgan, entre los árboles, las sombras,
Que, como ayes informes, van cayendo.
 
Cuelgan, entre los árboles del bosque,
Tules amarillentos;
Cuelgan, entre los árboles, los últimos
Lampos de luz, como sudarios trémulos.
 
La luz y las tinieblas, en los aires,
Batallan un momento;
Extraña y negra forma cobra el bosque...
La noche sin aurora está en su seno.
 
Y, cual se oyen gotear, tras de la lluvia,
Después que cesa el viento,
Las empapadas ramas de los árboles,
O los mojados techos,
 
Brotan del bosque, en que el callado grupo
Está en la densa obscuridad envuelto,
Ya un metálico golpe en la armadura
Capitán o de un arcabucero;
 
Ya un sollozo de Blanca, aun abrazada
De Tabaré con el inmóvil cuerpo,
O una palabra, trémula y solemne,
De la oración del monje por los muertos.
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