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XXVI

¡Oh, bosques seculares,
refugio del silencio y de la sombra,
que el cielo y los eternos luminares
por techumbre tenéis, y por alfombra,
de hojas marchitas rumorosos mares!
 
Dadme un eterno asilo
en vuestros hondos laberintos frescos;
ay, donde pueda reposar tranquilo...
donde no sienta el penetrante filo
de mi dolor... ¡oh, bosques gigantescos!
 
Y cuando al fin termine la borrasca
de mi vida, y en mí se acabe todo,
mi cadáver cubrid con la hojarasca
de vuestros viejos árboles... de modo
que no sienta del ábrego los besos,
que no nazca una flor sobre mi lodo,
ni nadie pueda descubrir mis huesos.

#EscritoresColombianos Flórez Julio

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